Diario de un ecónomo primerizo

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Nadie entra en la vida religiosa para ser ecónomo pero, a pesar de ello, es un servicio que hay que prestar. No son pocos los religiosos que ven en esta tarea una pesada carga que necesitamos descargar y agilizar –en la medida de lo posible– en profesionales laicos. Con el formato de “diario” Fernando Torres, nos describe el itinerario de un ecónomo que se inicia en este servicio tan necesario como, a veces, criticado. El sentido común, la creatividad, la agudeza mental y evangélica –entre otras– son herramientas imprescindibles para llevarlo a cabo.

Día 1. El nombramiento

Hoy mismo he recibido la carta del Provincial con el nombramiento de ecónomo de mi comunidad. La elección fue ya hace unos días pero la carta lo confirma. Esta tarde me va a pasar las cuentas el ecónomo anterior. Nunca antes he sido ecónomo y no tengo muy claro lo que puede significar. Para ser sincero, debo reconocer que hasta ahora, en las diversas comunidades por las que he pasado, he criticado más de una vez lo que hacía el ecónomo de turno. Que si no se le encontraba nunca, que si no solucionaba los problemas, que si la comida era mala, que si era un tacaño. Pero reconozco que no tengo mucha idea de en qué consiste en la práctica el trabajo de un ecónomo en una comunidad.

Hago el propósito de leer lo que dicen las constituciones y el directorio en este punto. Y también lo que dice sobre la economía el último capítulo general y el provincial. Quizá me den un poco de luz.

No me voy a hacer ilusiones. No me eligieron porque crean que lo voy a hacer bien. Las motivaciones de mis hermanos se movieron más bien en un rango entre “no quiero que me toque a mí” y “este pardillo lo puede hacer”. Pero ya que me ha tocado, voy a intentar hacerlo bien. Al fin, cuando entré en la congregación lo hice para estar disponible para cualquier servicio. Y este es uno de los servicios que hay que hacer. Ya le pediré al Señor que me ayude.

Día 2. Facturas y bancos

Hace ya unas semanas que me entregó las cuentas el ecónomo anterior. Me enteré más o menos. Recibí mucha información en poco tiempo. De repente se me llenó el cuarto de carpetas con montones de documentos, de teléfonos, de personas a las que había que conocer. Luego me acompañó a dar un paseo informativo por la ciudad. Visité la gestoría donde nos hacen los papeles de la empleada que tenemos. Conocí –decir que entendí me parece mucho atrevimiento– lo que es el tc1 y tc2 y la declaración del IRPF. También pasamos a hacer una visita al banco donde está la cuenta corriente de la comunidad. Nos atendió el subdirector. Hicimos el cambio de firmas. Todo fueron buenas palabras.

Y desde aquel día mi mesa no hace más que llenarse de papeles. Tengo correo como nunca antes lo había tenido. Entre las cartas del banco, las que traen las facturas del gas, la electricidad y otras, parece que soy un potentado de las finanzas. En realidad no tengo ni idea. Para ser sincero, me gustaría saber que hay que hacer con todos esos papeles. Porque todos, casi todos, pasan automáticamente el cargo por el banco. Y yo ni me entero.

Me han dicho que vamos a tener un mes de estos una reunión de ecónomos. Espero que llegue ese día y me entere de qué hacer con todos esos papeles. Por ahora me llevan mucho tiempo, más de lo que esperaba, y no sé siquiera si lo estoy haciendo medianamente bien. Los demás están contentos y me dicen que no me preocupe. El que mejor cara tiene es mi antecesor en el cargo. Se le ve “liberado”.

Día 3. Servicio a los hermanos

No paro de darle vueltas a este asunto. De entrada lo que me han dado han sido unos libros de cuentas (por cierto, bastante complicado lo del ordenador y lo del debe y el haber). Pero eso no fue lo que me vendieron cuando me ofrecieron el cargo. Me dijeron que era un servicio fundamental para la comunidad. Se trataba de hacer que la comunidad se sintiese bien y cuidada en lo material. Claro que por otra parte siempre estamos hablando de la austeridad y la pobreza. A veces, lo reconozco, tengo problemas para conjugar estos dos extremos.

Pongamos que compro alimentos un poco mejores. La comunidad se sentirá más feliz –aunque nunca llueve a gusto de todos y parece que siempre tiene que haber alguien que se queje– pero dónde queda la pobreza y la austeridad y la solidaridad con los más pobres. Comprar alimentos mejores significa a la larga que se reducirá nuestra aportación al gobierno provincial. Y si hacemos lo contrario, por ejemplo bajar la calefacción o suprimir algunos pequeños vicios, entonces si que se oyen las quejas.

Por otra parte, eso de aumentar la aportación al gobierno provincial… la impresión que tengo y tenemos en casa es que ya tienen mucho dinero. Y a veces parece que lo gastan o administran no demasiado bien. Me pueden decir que quién soy yo para juzgarles. Pero creo recordar que en la congregación se habla mucho de corresponsabilidad. Claro que, en la práctica, eso de la corresponsabilidad se concreta sólo en deberes pero muy poco en derechos. Vamos a dejar el tema, porque me parece que me meto en camisa de once varas.

Voy a tratar de ayudar a mis hermanos de comunidad y de facilitarles las cosas. Aunque nada más sea para que en el momento de dar cuentas no se pongan nerviosos. A alguno le he visto temblar al entrar en mi cuarto. Y todo porque dicen que hay que justificar todos y cada uno de los gastos. Les he dicho que no hace falta que me entreguen tiques ni recibos. Entre nosotros tiene que valer la palabra y la confianza. Si alguno me quiere engañar, digo yo que es problema suyo. Al final, se lo va a gastar igual. Y, por supuesto, no soy ni quiero ser juez de mis hermanos para cuestiones económicas.

Día 4. La contabilidad

Esto de la contabilidad es lo que más tiempo me lleva. Todos los meses hay que meter en el programa informático que tenemos en la provincia, los datos de ingresos y gastos. No es que sea difícil. Al principio me costó bastante entender lo del debe y el haber. No veía claro que los gastos se metiesen en el debe y los ingresos en el haber. O al revés, según se mire. Voy a ser sincero conmigo mismo. A día de hoy tampoco lo entiendo. Ni siquiera espero llegar a entenderlo. Eso lo dejo para el ecónomo provincial. Simplemente me lo he aprendido. Sé que hay que hacerlo así. Y basta. Pero no sé muy bien el por qué. Así que meto los gastos al debe y los ingresos al haber. Y clasifico los documentos, los ordeno, los archivo. Hago que el saldo del banco a fin de mes coincida con lo que dice el programa informático que tenemos. A veces no es fácil porque hay unos céntimos por ahí –traidores y malnacidos céntimos– de diferencia y me obligan a repasar varias veces las cantidades. Con un poco de trabajo y tiempo, siempre consigo que ajuste. Pero es un peñazo.

Más fácil de ajustar es la caja. Me dijo el ecónomo provincial que aquí no hacía falta el ajuste al céntimo pero que tuviese cuidado de que siempre el desajuste fuese por arriba y no por abajo. Vamos que hubiese siempre unos euros de más de lo que dice el programa informático que debe haber. No he tenido problema con eso. Algún pequeño ajuste ha habido que hacer. Espero que nadie se entere.

Cuando termino de hacer las cuentas del mes, casi me siento orgulloso. Todos los papeles del banco, las facturas y las notas de mis hermanos quedan ordenados, contabilizados y archivados. ¡Hasta queda bonito! Son cosas que luego no se miran casi nunca, pero dicen que hay que hacerlo y lo hago.

Día 5. Las luces encendidas

Mi antecesor en el cargo de ecónomo me dijo en el momento de pasarme las cuentas que lo malo del cargo no estaba en los números sino en las personas. “Lo números son dóciles, lo complicado son las personas” fueron sus palabras. En estos meses que llevo en el cargo lo he podido comprobar.

Cuadrar los bancos puede dar un poco de trabajo pero se consigue. Y si, después de mucho trabajo, no se encuentran esos céntimos despistados, pues se hace un asiento de ajuste y ya está. Pero la relación con las personas es un poco diferente. Lo noté el otro día cuando entré en la sala de la comunidad e hice lo que he hecho tantas veces antes. Vi que estaban todas las luces encendidas y que sólo estaba un compañero en una esquina leyendo el periódico. Así que apagué algunas de las luces después de decirle algo así como: “¿Te da lo mismo si apago algunas luces?”

Eso mismo lo había hecho muchas veces antes de ser ecónomo y no había pasado nada. Pero esta vez sentí que mis palabras no se recibían del mismo modo. No me dijo nada. Pero intuí que se había sentido reñido o criticado. Ya no era yo el que hablaba sino el ecónomo. No éramos dos hermanos sino la autoridad.

Valga este ejemplo para decir que me he dado cuenta de que mi posición dentro de la comunidad ha variado. Siento que mis palabras no pesan lo mismo que antes. Puede parecer una tontería pero no lo es. Yo no pretendo más que hacer lo evidente, puro sentido común: apagar unas luces. Pero el otro lo recibe desde una perspectiva muy diferente. Conclusión, voy a intentar tener cuidado con lo que digo y hago. Aunque, por otra parte, reconozco que ahora me preocupan mucho más las luces encendidas inútilmente –y otras cosas– que antes. Sólo sea porque veo y toco las facturas todos los meses.

Día 6. Reunión de ecónomos

El fin de semana pasado el ecónomo provincial nos ha convocado a todos los ecónomos de las comunidades a una reunión. Estuvo bien aunque tuvo momentos un poco pesaditos. Tuvo de bueno que pude comentar con otros compañeros. Descubrí que casi todos tenemos parecidos problemas. Casi todos porque a algunos parece que todo les da lo mismo. Pero hay otros que se toman muy en serio su trabajo.

Tuvo de bueno que nos explicaron lo que es eso del Reta y el Seras y algunos otros asuntos que, a pesar de llevar ya unos meses en el cargo, todavía no tenía nada claros. Hasta salieron cuestiones muy prácticas de cómo hacer algunos asientos. Me ayudaron porque lo del debe y el haber todavía se hace complicado en algunos asuntos.

Entre el ecónomo provincial y uno que vino a dar una charla, nos hicimos a la idea de que la situación no es tan buena como nos podría parecer vista de lejos, cada uno desde nuestra casa. Las leyes cada vez complican más el trabajo de la administración. Los ingresos bajan y los gastos suben. Eso lo vimos en unos cuadros que nos enseñaron con las cifras de las aportaciones de las comunidades al gobierno provincial y del gobierno provincial a las comunidades en los últimos años. El futuro se presenta complicado. Y no parece que sea fácil tomar las decisiones. Precisamente porque parece que la inercia nos hace seguir viviendo con el mismo estilo de antes. El problema, está claro, es más de cambio de mentalidad. Y ese cambio no se hace con facilidad.

Día 7. Tengo un sueño

El otro día me desperté soñando. Ya sé que los sueños no son más que sueños pero éste creo que no costaría mucho hacerlo realidad. Hace ya casi un año que soy ecónomo de mi comunidad. Han sido muchas las horas que he pasado haciendo un trabajo puramente técnico: anotando, asentando, contabilizando, archivando, cuadrando, repasando, haciendo visitas al banco… No me quejo. Si hace falta hacerlo, lo seguiré haciendo.

Pero cada vez que lo pienso, veo más claro que no entré en la congregación para dedicarme a esos menesteres sino para entregarme al apostolado, a la misión. Y que es una pena que por el camino se nos queden tantas horas dedicadas a esos menesteres puramente técnicos. No digo nada sobre el tiempo dedicado a servir a los hermanos, a cuidar la casa, a hacer las compras oportunas. Eso no sólo no lo discuto sino que me parece necesario. Eso forma parte de la misión. Me quejo del tiempo dedicado a cuestiones puramente técnicas que otra persona, un profesional, lo podría hacer sin problema.

Por eso mi sueño era muy práctico. Soñaba que un día el ecónomo no llevaría más que las cuentas de la caja porque los bancos los llevarían desde la administración provincial. Allí se haría también la contabilidad. El ecónomo local no tendría que llevar más que una hoja donde anotaría los ingresos y gastos habidos en la caja, en metálico. Pero es que además, esos gastos serían muy pocos porque todos tendríamos una tarjeta de crédito para nuestros gastos y otra tarjeta para sacar dinero de los cajeros automáticos cuando nos hiciera falta.

Ya sé que hay gente que piensa que las tarjetas de crédito son casi como el principio del mal para la pobreza religiosa. Es sólo porque no saben que con una tarjeta de crédito los gastos están controlados perfectamente. Es cuestión de conocer los medios que la sociedad moderna pone en nuestras manos.

Pues eso. Mi sueño era sólo que en el futuro se facilitará el trabajo del ecónomo local, aliviándole de los aspectos más técnicos de su trabajo, para que se pueda dedicar a lo más importante: su misión de facilitar la vida a los hermanos. Y nada más. Igual es sólo un sueño. Pero creo que no es imposible.