¡Despierta, que amanece!

0
37

La última edición de la entrega de premios PRINCESA DE ASTURIAS, este 24 de octubre de 2025 (qué día y mes más bonito) me dejó un sabor esperanzador en todos mis sentidos. El premio y su correspondiente discurso venía de un hombre llamado Byung-Chul Han, filósofo.

Su tesis fundamental la cimienta en la necesidad que tenemos en este tiempo y en todos los tiempos, de ser acicate y despertador, en una cultura que nos adormece y manipula, aunque para ello haya que chinchar. O mejor dicho: es necesario chinchar, provocar, irritar para espabilar y espabilarse uno mismo. Ya con mi ensayo La sociedad del cansancio traté de cumplir esta función del filósofo, amonestando a la sociedad y agitando su conciencia para que despierte. La tesis que yo exponía es, efectivamente, irritante: la ilimitada libertad individual que nos propone el neoliberalismo no es más que una ilusión. Aunque hoy creamos ser más libres que nunca, la realidad es que vivimos en un régimen despótico neoliberal que explota la libertad. Ya no vivimos en una sociedad disciplinaria, donde todo se regula mediante prohibiciones y mandatos, sino en una sociedad del rendimiento, que supuestamente es libre y donde lo que cuenta, presuntamente, son las capacidades. Sin embargo, la sensación de libertad que generan esas capacidades ilimitadas es solo provisional y pronto se convierte en una opresión, que, de hecho, es más coercitiva que el imperativo del deber. Uno se imagina que es libre, pero, en realidad, lo que hace es explotarse a sí mismo voluntariamente y con entusiasmo, hasta colapsar. Ese colapso se llama burnout. Somos como aquel esclavo que le arrebata el látigo a su amo y se azota a sí mismo, creyendo que así se libera. Eso es un espejismo de libertad. La autoexplotación es mucho más eficaz que ser explotado por otros, porque suscita esa engañosa sensación de libertad”

Desde cualquier ámbito vocacional de la vida, también desde la vida de tantos religiosos y religiosas, parece que hemos perdido el motor y origen de nuestra vida, que no es otro que Jesucristo. Sí, nuestros labios lo profesan (palabras), pero el corazón (los hechos) marcan otro rumbo que nos aleja de la Verdad. Con lectura creyente, qué bueno que desde un púlpito público, no religioso, se nos despierte de ese día a día que entregamos, no con pocos esfuerzos y desvelemos, a los “señores de este mundo”: éxito frente a buenos frutos; fama, frente a fidelidad; triunfo, frente a entrega silenciosa.

El filósofo en el que me he detenido en este artículo describe, en relación con los teléfonos móviles (y todas sus redes), casi en paralelo, la misma advertencia que nos hacía el papa León XIV en el jubileo de los influencers y misioneros digitales: León XIV los exhorta a «reparar las redes», anunciando la paz en los «dramáticos lugares de guerra», así como en los «corazones vacíos de quienes han perdido el sentido de la existencia». La «belleza» y la «luz de la verdad» son las claves para vencer la lógica de la «frivolidad» y las «fake news». Desde ese mismo pensamiento habla nuestro amigo el filósofo Byung-Chul Han:

Somos como aquel esclavo que le arrebata el látigo a su amo y se azota a sí mismo, creyendo que así se libera. Eso es un espejismo de libertad. La autoexplotación es mucho más eficaz que ser explotado por otros, porque suscita esa engañosa sensación de libertad. También he señalado en varias ocasiones los riesgos de la digitalización. No es que esté en contra de los smartphones ni de la digitalización. Tampoco soy un pesimista cultural. El teléfono inteligente puede ser una herramienta utilísima. No habría problema si lo usáramos como instrumento. Lo que ocurre es que, en realidad, nos hemos convertido en instrumentos de los smartphones. Es el teléfono inteligente el que nos utiliza a nosotros, y no al revés. También he señalado en varias ocasiones los riesgos de la digitalización. No es que esté en contra de los smartphones ni de la digitalización. Tampoco soy un pesimista cultural. El teléfono inteligente puede ser una herramienta utilísima. No habría problema si lo usáramos como instrumento. Lo que ocurre es que, en realidad, nos hemos convertido en instrumentos de los smartphones. Es el teléfono inteligente el que nos utiliza a nosotros, y no al revés.

 Desde nuestro ser creyentes, adoradores y servidores del Dios que entrega la vida en el trono del dolor: el calvario; y expone su máxima en el amor: un amor hecho acogida, perdón y entrega, debemos parar y reducir la velocidad, para retomar la única prioridad que merece la pena: el evangelio. Sin atajos. Y sin contaminación mundana. Ahora que llega el ADVIENTO, sería grandioso y decisivo que como comunidad, como creyente, como religiosos, como pueblo de Dios, nos pudiésemos preguntar: ¿PARA QUÉ NOS VAMOS A PREPARAR?

Le doy, también al final, la palabra al filósofo que vengo citando y ahí lo dejo:

“Creemos que la sociedad en la que vivimos hoy es más libre que nunca. En cualquier ámbito de la vida, las opciones son infinitas. También en el amor, gracias a las aplicaciones de citas. Todo está disponible al instante. El mundo se asemeja a un gigantesco almacén donde todo se vuelve consumible. El infinite scroll promete información ilimitada. Las redes sociales facilitan una comunicación sin límites. Gracias a la digitalización, estamos interconectados, pero nos hemos quedado sin relaciones ni vínculos genuinos. Lo social se está erosionando. Perdemos toda empatía, toda atención hacia el prójimo. Los arrebatos de autenticidad y creatividad nos hacen creer que gozamos de una libertad individual cada vez mayor. Sin embargo, al mismo tiempo, sentimos difusamente que, en realidad, no somos libres, sino que, más bien, nos arrastramos de una adicción a otra, de una dependencia a otra. Nos invade una sensación de vacío”

Se acabará el año, pero que no termine nunca el jubileo de la Esperanza: la necesitamos más que nunca. Necesitamos, de nuevo, enamorarnos del Mesías.

 Santi Cerrato, cmf