“Despertar al mundo e iluminar el futuro”

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Preparando el Año 2015 dedicado a la Vida Consagrada

El 29 de noviembre pasado celebrando la 82 asamblea semestral de la Unión de Superiores Generales (USG) el Papa anunció que el año 2015 estará dedicado a la Vida Consagrada. Y preguntado sobre la identidad y la misión de la vida religiosa, respondió: “Son hombres y mujeres que pueden despertar al mundo e iluminar el futuro. La Vida Consagrada es profecía. Dios nos pide que salgamos del nido que nos contiene y ser enviados a las fronteras del mundo, evitando la tentación de domesticarlas”.

Una ocasión privilegiada

No podemos desperdiciar esta conmemoración singular y hemos de prepararnos a fondo para vivirla intensamente todos: consagrados, sacerdotes y laicos. En primer lugar, aprendamos definitivamente a valorar a los consagrados y consagradas no por lo que hacen en los colegios, hospitales, hogares de ancianos, en la atención a marginados y excluidos…, sino por lo que son. La vida consagrada, como han recordado los últimos Papas, es esencial a la vida y santidad de la Iglesia y no puede faltar en ella. La Iglesia se empobrecería notablemente. Llegarán formas nuevas, pero seguirá adelante la misión.

El Año de la Vida Consagrada ha de significar un compromiso entusiasmado en la nueva evangelización. La vida consagrada ha contribuido desde siglos y de manera muy importante a la obra evangelizadora de la Iglesia. En la nueva evangelización están llamados a ser testigos de la primacía de Dios expresando, mediante la vida en común, la fuerza humanizadora del Evangelio. Han de estar plenamente dispuestos a acudir a las fronteras geográficas, sociales, culturales y religiosas de la evangelización. Por otra parte, los consagrados no viven hoy aislados, sino en una relación muy profunda con sacerdotes y seglares, en una ‘misión compartida’. Y la reestructuración que están viviendo muchas familias religiosas ha de hacerse bajo la guía de un proyecto misionero, sin detenerse en lo que no pueden hacer y atreviéndose a discernir evangélicamente lo que quieren hacer con audacia y valentía. También sería de desear un reconocimiento más explícito de la labor pastoral de los religiosos en las diócesis y en las parroquias.

Para hacer un discernimiento evangélico sobre la realidad

Miremos la vida consagrada con objetividad, pero sin pesimismo, escepticismo o indiferencia. En Europa los consagrados son menos que en tiempos pasados y un número considerable de ellos de edad avanzada, a veces muy ancianos. El envejecimiento es una realidad que marca profundamente la vida de las congregaciones, frena el ritmo de vida cotidiana y reduce las posibilidades de irradiación apostólica. Pero los consagrados, como la Iglesia, deben atreverse, sin caer en el exhibicionismo, a mostrar su fragilidad, como dice san Pablo: la fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad de los hombres. No está el peligro de la vida religiosa en las arrugas, sino en las seguridades que han ido abrazando a lo largo de los años y que no les dejan vivir con la libertad que procede del Espíritu. La actual fragilidad de la vida consagrada quizás sea una etapa necesaria para su profunda renovación. ¿Quién no ha encontrado a lo largo de su vida ancianos luminosos capaces de irradiar una sabiduría y un amor auténticos?

Pero hemos de reconocer, no obstante, que esta forma de vida sigue atrayendo a hombres y mujeres de nuestro tiempo, contagiando entusiasmo en la búsqueda de Dios y apoyando la constancia en el servicio a los hermanos. Hay comunidades nuevas que atraen a los jóvenes, e incluso congregaciones clásicas y monasterios antiguos en expansión. Esto nos debe interrogar. El Año dedicado a la Vida Consagrada puede ser el momento de intensificar la pastoral vocacional con la oración y el trabajo por las vocaciones, conscientes de que la siembra no coincide con la época de recoger frutos. Y no olvidemos, por otra parte, que la pastoral vocacional nace de la pastoral de la santidad. Las vocaciones se estimulan unas a otras, en la medida en que cada una de ellas busque sinceramente la plenitud del amor. Y para ello es fundamental profundizar en el ministerio del ‘acompañamiento espiritual’.

En muchas de nuestras comunidades religiosas conviven personas de diversas razas, culturas y edades que viven fuertemente la catolicidad de la Iglesia. Son un reto y un ejemplo para nosotros, que experimentamos a veces dificultades para convivir los de diversas regiones.

Se necesita reforzar la eclesialidad de la vida consagrada. Porque la vida religiosa es esencialmente un servicio en la Iglesia y para la Iglesia, según los propios carismas. Pero como nos recuerda el papa Francisco: “Esta Iglesia con la que debemos sentir es la casa de todos, no una capillita en la que sólo cabe un grupito de personas selectas. No podemos reducir el seno de la Iglesia universal a un nido protector de nuestra mediocridad”. “Veo con claridad, continúa diciendo el Papa, que la Iglesia hoy necesita con mayor urgencia la capacidad de curar heridas y de dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla”. Los religiosos y religiosas saben mucho de curar heridas y de poner calor en los corazones.

Para profundizar en los valores esenciales y en las exigencias de la propia vocación

El Año de la Vida Consagrada ha de reforzar la dimensión profética de los consagrados, profetas de la ternura de Dios. Frente al escepticismo, el cientifismo y los cálculos humanos, ellos están para manifestar la ternura de Dios entre los hombres. Viven poniendo a Cristo en el centro de sus vidas y eso supone para ellos ‘salir de sí mismos’, despojarse de sus propios proyectos, de su estabilidad, tranquilidad y hasta confort para ponerse en camino de adoración a Dios y de servicio a los hermanos. Renuncian a la publicidad, a la notoriedad y al aplauso para vivir en la inseguridad evangélica que les hace verdaderamente libres y fecundos. Todo para estar abiertos a las sorpresas de Dios.

Una formación sólida, cuidada académicamente, que fomente la escucha y el diálogo con el mundo moderno, al que mirarán con simpatía pero sin dejarse contaminar por la ‘mundanidad’, y que ayude al consagrado a profundizar su experiencia de fe y a comunicarla a los demás con entusiasmo, es hoy urgente e imprescindible.

Para buscar el rostro de Dios que unas veces se manifiesta y otras se vela

Los consagrados son, ante todo, ‘buscadores de Dios’. Encontrar a Cristo, hacerse amigos suyos, hablar de él y darlo a conocer: en esto se juega la identidad de los consagrados, y no en las funciones o papeles que la sociedad les pueda atribuir. Profesar los votos hace de los religiosos un signo visible de Cristo presente en el mundo. Viviendo una fuerte experiencia de Dios, pronto encontrarán palabras para decir a Dios en este mundo y encontrarán hombres y mujeres que se sientan atraídos para vivir como ellos viven. “En la Iglesia los religiosos son llamados especialmente a ser profetas que dan testimonio de cómo se vive a Jesús en este mundo, y que anuncian cómo será el Reino de Dios cuando llegue a su perfección. Un religioso jamás debe renunciar a la profecía”, dice el papa Francisco. El consagrado tiene que lograr que su vida hable de Dios. Ellos son para nuestro mundo noticia viviente de Dios.

Para mostrar la alegría de la vida consagrada que pasa necesariamente por la Cruz

La pobreza más profunda es la incapacidad de alegrarse, el hastío de la vida considerada como absurda. Esta pobreza está presente de diferentes formas tanto en las sociedades materialmente ricas como en las pobres. Pero el arte de vivir no lo enseñan las ciencias, sólo puede ser comunicado por quien es la Vida, el Evangelio en persona. “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”, dice el Papa al comienzo de la ‘Evangelii Gaudium’. Pero la alegría del cristiano pasa muchas veces por asumir la cruz con Cristo para llegar con Él a la luz. “La Iglesia es la casa de la alegría” que acoge a los tristes para llevarles al auténtico gozo.

Para vivir desde la fe que la fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad de los hombres

Incluso las debilidades e imperfecciones se convierten para los religiosos en una puerta por la que Dios entra en sus vidas. Sus contradicciones interiores, sus miedos pueden permanecer, pero ellos experimentan la presencia de Cristo y la fuerza del Espíritu hasta que la oscuridad se transforma en luz. No pueden dar la impresión de que no necesitan nada, que tienen respuestas para todas las preguntas. La inteligencia de la fe no es solamente una repetición de respuestas, sino una búsqueda innovadora de los caminos de la fe.

Hay que vivir las limitaciones de la vida consagrada, sin resignarse al hecho de no poder modificarlas, y, por tanto, tener el valor de dejarse tocar por una conversión permanente. Creer que la vida religiosa es posible en nuestro mundo significa apelar a lo mejor que se nos ha concedido vivir. Es lanzar una invitación a todos los que han entrado en la aventura de caminar con Cristo para volver a decir lo que han vivido y las perspectivas que se han abierto en sus vidas.