Escucha, Iglesia en adviento, escucha y guarda en el corazón lo que en voz alta vas diciendo de ti misma: “Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento”.
Escucha también lo que vas diciendo de tu Dios: “Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es «Nuestro redentor»”… “Nosotros, la arcilla; tú, el alfarero”.
No nos servirá conocer la necesidad si no reconocemos en Dios a nuestro padre; y no nos servirá reconocer en Dios a nuestro padre si no conocemos nuestra necesidad.
Nuestro adviento será verdadero si la pobreza grita desde la fe, si la fe se hace grito desde la pobreza, si la miseria busca la misericordia, si la misericordia cubre la desnudez de la miseria.
Pobre y confiada, necesitada y esperanzada, así te presentas hoy ante tu Señor, ante el que es tu Dios, tu pastor, tu creador, tu redentor, tu padre.
Ahora escucha tu oración. Verás que tiene más de grito que de susurro: “A ti, Señor, levanto mi alma: Dios mío, en ti confío”. “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases derritiendo los montes con tu presencia!” “¡Oh Dios, restáuranos: que brille tu rostro y nos salve!” “Vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña”. “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.
¿Por qué gritas, Iglesia en adviento? ¿Es que es tan grande tu necesidad? ¿Es que es tan dolorosa tu pobreza? ¿Es que es tan amarga tu miseria? ¿Por qué gritas?
Grito porque hago mío el grito de los pobres, el de los crucificados, el de Cristo Jesús en todos los hijos de Dios.
Grito porque hay humanidad que muere de hambre –hay Cristo Jesús hambriento- en un mundo que tira el pan a la basura. Grito porque hay humanidad vejada –hay Cristo Jesús humillado y despreciado- en un mundo que puede y debe respetar la dignidad de todos. Grito porque hay hambre y sed de la justicia, y se nos ha hecho apremiante saciarla. Grito porque nuestra legalidad es un paño de menstruación con el que tapamos las vergüenzas de nuestra justicia.
Grito porque necesitamos un mundo de hermanos.
Grito porque el Amor no es amado.
Grito porque espero que vengas, Señor Jesús: espero que rasgues el cielo y desciendas; espero que finalmente sea navidad para nosotros, que vengas a nuestra vida, que nazcas en nosotros, y que para siempre te quedes con nosotros, sin que nadie te devuelva al otro lado de nuestras vidas.
Grito… Y tú nos recuerdas que hemos de estar en vela, no sea que llegues y nos encuentres dormidos: “Mirad, vigilad… velad”.
Si la fe está en vela, entonces veremos que hoy se rasga el cielo y baja el Señor, hoy se nos muestra la misericordia de Dios y nos alcanza su salvación, hoy el Señor baja a visitar su viña.
Si la fe está en vela, hoy reconocerás a Cristo en medio de ti, dentro de ti: lo recibirás en su palabra, en su cuerpo eucarístico, en su cuerpo eclesial, en sus pobres.
Si la fe está en vela, cada día de tu adviento tendrá su navidad.
Si la fe está en vela, no devolverás a Cristo al otro lado de tu vida.
Feliz domingo, Iglesia en adviento.