DEFECTOS EN LA VIDA RELIGIOSA, MORAL Y SOCIAL

0
5250

Puede resultar sorprendente que entre las causas del ateísmo, el Concilio Vaticano II señale con cierto énfasis la exposición “inadecuada” de la doctrina cristiana, y “los defectos de la vida religiosa, moral y social” de los cristianos. O sea, una mala presentación de las verdades de la fe, aleja de la fe. Dejo esto, sin duda importante, sobre todo de cara a las catequesis y clases de religión que damos, y me centro en la segunda causa del ateísmo atribuible a los creyentes: los defectos de su vida religiosa, moral y social. No se trata sólo del mal ejemplo, de la mala vida, de nuestras incoherencias. Se trata de “los defectos”, o sea, de una mala vivencia de la religión, la moral y la vida social.

Defectos en la vida religiosa: cuando vivimos, y en consecuencia, proclamamos un Dios autoritario, justiciero, lejano, que está allá arriba en los cielos, un Dios controlador de todo lo que hacemos; en vez de vivir y presentar un Dios cercano, un Dios al que se puede tutear, un Dios siempre dispuesto a perdonar, que no necesita incienso, alabanzas o sacrificios, sino que busca nuestro amor y nos llama a confiar a él, entonces tenemos un serio “defecto” en nuestra vida religiosa.

Defectos en la vida moral: cuando vivimos una moral hecha de leyes y preceptos, una moral del miedo y del temor; en vez de una moral de hijos, una moral que busca conformar nuestra vida con la de Cristo y, en consecuencia, una moral en la que todo está regulado por el amor; cuando importan más las leyes que el hermano, cuando es el miedo el que evita el pecado; cuando el castigo al infierno es el argumento principal que empleamos para exhortar a los hermanos a vivir de otra manera; cuando repetimos lo mucho que se merece Dios y nos olvidamos de agradecer lo mucho que nos está dando en cada momento, empezando por la vida, tenemos un serio “defecto” en nuestra vida moral.

Defectos en la vida social: cuando nuestra religión es individualista, cuando sólo importa “el alma y Dios”, y no nos preocupamos de lo que pueda ocurrirle a los demás; cuando cerramos los ojos ante las muchas necesidades de los hermanos; cuando pensamos que las leyes sociales no tienen nada que ver con la religión y con Dios; cuando sólo importa la piedad y la asistencia a la Iglesia, pero olvidamos los compromisos sociales y comunitarios; cuando sólo importa lo espiritual y dejamos de lado lo político, o sea, las necesidades de la sociedad, tenemos un serio “defecto” en nuestra vida social.

Estos defectos, explicitados como bien he podido, o de otra manera seguramente más adecuada, favorecen el ateísmo, alejan del Dios de Jesucristo. Porque el Dios de Jesucristo jamás nos encierra en nosotros mismos; siempre nos abre a los hermanos. El Dios de Jesucristo no pregunta en primer lugar si uno es culpable o inocente, sino si uno sufre. Al Dios de Jesucristo no le interesa el cumplimiento de la ley, sino el bienestar y la felicidad de cada persona.