Me refiero a perdernos esa tradición que yo no conocí hasta llegar al Noviciado: se pone el Belén pero no hay Niño. Hay vacío. Se hace hueco. Se espera. Se echa en falta.
Y lo echo de menos. La fuerza del vacío, de una cuna vacía, de un espacio incompleto entre pajas, de un “no hay nada” en el lugar al que todos dirigen la mirada.
Como María, la Virgen “en estado de buena esperanza”, que sabe como nadie de vacíos y huecos, porque sabe que viene. Ella miraría de otro modo el espacio abierto con José para que el Niño naciera.
Ya viene… ya viene… Todo huele a Él. Podemos mirar con ojos nuevos todos los vacíos y ausencias de nuestra vida.