A lo largo de nuestra vida encontramos personas que nos “dan alas”, nos incitan a desplegar lo mejor de nosotros mismos y nos sentimos mejores en su presencia. Es como si ante sus ojos pudiéramos reestrenar nuestra vida y nos muestran horizontes propios que no podíamos ni imaginar. Es un inmenso regalo recibir esto y poder provocarlo en otros.
También sabemos que puede ocurrir lo contrario. Nos acostumbramos a hacernos una imagen de los otros, los clasificamos: inteligentes o torpes, profundos o superficiales, simpáticos o aburridos… y los encasillamos bajo una apariencia que nos cuesta mucho modificar, se nos velan los ojos para la novedad con la rutina. Algo de eso debió experimentar Jesús con la gente de su pueblo. Me gusta pensar que las preguntas que le hacen: “¿De dónde le viene a éste todo eso?… ¿No es hijo de José el carpintero? ¿No están sus hermanos aquí? (Mc 6, 1-6)”, ponen de manifiesto la sencillez y la veracidad del proceso de maduración de Jesús. Su camino humano, tan humano que cuesta creerlo. Uno de tantos, como la gente corriente entre la que vivía, sin señalarse por nada especial, creciendo poco a poco.
Cuentan de Jesús que no pudo hacer nada en Nazaret, allí le “cortaron las alas”, era demasiado conocido para ellos, demasiado común, demasiado igual… Me emociona que la acción sanadora de Jesús no puede provocarla él mismo, sino que está a merced de la confianza de aquellos con los que entra en relación. Jesús tenía la gracia de conceder autoridad a cada persona, de devolverle su dignidad, de remitirla a sí misma, de ayudarla a conectar con su ser profundo. Nunca decía “yo hice esto por ti, o yo te dije”. Remitía a la persona a su ser más hondo: “tu confianza te ha sanado”… el Dios que hay en ti.
Al cerrar el verano y comenzar un curso nuevo, tal vez nos haga bien disponernos, al modo de Jesús, como “dadores de alas” con aquellos con los que convivimos día a día y nos rozamos en la comunidad, volver a renovar la confianza después de algún desencuentro y continuar apostando por lo mejor que guarda cada persona…A veces es difícil “vivirlo dentro de casa” pero también es lo que más nos acerca a la buena noticia de Jesús.