CUESTIÓN DE FORMA… Y FONDO

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Algunos pensamos que estamos gastando más energía en ofrecer formas que en cuidar el fondo. Así, la estética de lo que se pretende comunicar o acercar se prioriza respecto a aquello que se ofrece. Abundan palabras que transcurren en la senda feliz de la cercanía, comprensión y el «caminar juntos»… y a la vez, se sostienen estilos irreconciliables, pensamientos ideologizados y visiones maniqueas que jamás se encontrarán.

El mensaje evangélico de solidaridad e igualdad; de justicia y paz es insuperable. Sencillamente excelente. No ha nacido de nosotros sino que, recibido de Dios, guarda la limpieza incorruptible e inalterable frente a opinión, visión o actitud humana. Siempre y únicamente hacia Él hay que mirar para encontrarnos con la verdad y, en consecuencia, para sostener las palabras y actitudes verdaderas. Es el «solo Dios» para devolvernos a una sana humildad.

En general, en la sociedad nos perdemos en las formas. Muchas afirmaciones y decisiones responden más al «postureo» que a la necesidad. Pero no supera esta tentación la Iglesia y, por supuesto, tampoco la vida consagrada. De esta última parcela, quisiera en esta ocasión hablar.

Forma y fondo se necesitan y buscan. Están cambiando las cosas, pero no solo en la forma, también en el fondo. Quien piense que el cambio se sitúa solo en el «maquillaje» de las cosas, me temo, no ayuda a la verdad y contribuye a confundirla. Todavía hay quienes sostienen que la cuestión es volver a los orígenes para ser fieles. No caen en la cuenta que esos orígenes que sueñan, también están sedientos de fidelidad y, aún más, no responden a la fidelidad de Dios que quiere encontrarse con la mujer y el hombre consagrado de hoy.

Y es que el principal escollo para abordar la cuestión es llegar a entender y aceptar que la persona no es la misma. Que la formulación de comunidad, consagración y misión, desde parámetros de ayer para hoy, sencillamente no circula, no sirve, no ilumina, no es fiel. La cuestión no es de viaje hacia atrás o hacia delante; la cuestión es de verdad y de centrar la consagración estrictamente en la configuración con Jesús, que está igual de cerca en todos los tiempos de la historia.

Probablemente, a todo ser humano le cuesta vivir con coherencia con su edad cronológica. Se nota mucho en la vida consagrada, donde a veces se identifica seguimiento y fidelidad con infantilismo y adolescencia. O a confundir obediencia con falta de personalidad; pobreza con necesidad solo para algunos, y castidad con un deseo etéreo de no contaminación, no contacto, no relación y no vida. Son formas muertas que desgraciadamente contribuyen a que el fondo también esté vacío.

La reflexión sobre las formas y el fondo pide para nuestro tiempo una línea de libertad que no todos estamos dispuestos a traspasar. Libertad para mirar la «historia gloriosa» de la propia congregación, que no es ni tan histórica ni tan gloriosa; libertad para analizar las propias motivaciones y las que sustentan algunas decisiones e itinerarios institucionales que ni siempre son por Dios ni para que éste sea conocido y amado; libertad para proponer otras estructuras comunitarias, sin caer con la conformidad mediocre de pensar que las cosas son como son y así seguirán; libertad para mirar a la intemperie sin miedo y romper con una seguridad personal que esclaviza y una institucional que adormece; libertad para dialogar con la esencia de la propia consagración y así dar contenido a unos votos para que «te digan algo» y anuncien libertad. En definitiva, en nosotros, la libertad es un viaje al fondo que nos desapegue de formas que, en tantas ocasiones, incluso pueden obligarnos a creer que las cosas tienen que ser así. Y está claro que pueden ser de otro modo.

En este diálogo, que no dialéctica, entre forma y fondo, hay que tener presente solo una cosa. Y es que cualquier propuesta ha de nacer del evangelio. Siempre libre, limpio y sin glosa. Un recurso que exige tiempo y silencio. Acercamiento a la sabiduría no contaminada de la Palabra y la separación explícita de demasiadas citas endogámicas de nuestras palabras, asambleas, capítulos y documentos. Hace falta para el diseño de formas que hagan visible el fondo de hombres y mujeres nuevos, creyentes, enamorados de la vida consagrada y de la comunión. Que expresamente no sepan cómo hacerlo y por eso pidan ayuda frecuente al Santo Espíritu. Mujeres y hombres que estén dispuestos a empezar siempre y no caigan en la tentación de creer que en la «fábrica de recuerdos» tienen solución para un presente que ignoran. Hombres y mujeres auténticamente libres para aceptar un evangelio que muchas veces empuja a hacer tránsitos a pie «descalzo» y en soledad.