Podemos acostumbrarnos al paso del tiempo, sin reconocer que en el tiempo se está tejiendo la trama de la historia humana y de la creación. Podemos vivir la historia de nuestro mundo, sin implicarnos en ella. Como quienes ven pasar los acontecimientos sin vivirlos, sin apasionarse, sin comprometerse. Estamos viviendo acontecimientos políticos, económicos, culturales de suma importancia.
¿Nos afectan?
¿Nos activan?
¿Somos protagonistas de esta historia o meros espectadores?
¿Cuál está siendo nuestra actitud ante la pandemia mundial?
¿Qué pensamos, por qué optamos?
Evadirse ¡no!, liberarnos para liberar ¡sí!
Vemos que es muy fácil evadirse de la realidad y vivir encerrados en una burbuja. En cambio, los profetas, los apocalípticos, los seguidores de Jesús, siempre estuvieron movilizados para cambiar y mejorar la historia de aquella parte del mundo en la que vivían y algunos hasta fueron enviados a otras naciones. Ellos rompieron la burbuja y “salieron” para colaborar.
La Cuaresma es la memoria del Éxodo del Pueblo de Dios: cuando fue liberado del poder dictatorial del Faraón y de sus falsos dioses y pasó el mar Rojo y llegó al monte Sinaí donde estableció Alianza con Dios.
La Cuaresma es, sobre todo, la memoria de la pasión y muerte de Jesús, que -como proclamamos en la consagración eucarística- entregó su cuerpo y su sangre “por nosotros”.
Es la memoria del Jesús que nos dice: ¡Conviértete, cambia de vida, intensifica tu vida y sígueme y proclama con las palabras y las obras mi Evangelio!
Cuaresma es el nombre de una huida de nuestra prisión: se nos abren las puertas de esas cárceles interiores en que estamos encerrados, para salir y respirar otro aire, y ayudar a los demás a vivir ante Dios y amando a todo el mundo con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas. Y así lo cantamos: La Iglesia en marcha está. A un mundo nuevo vamos ya.
Si la cuaresma es éxodo, huida de nuestras cárceles: ¿huir de dónde? ¡De este viejo mundo! De tanta injusticia, insolidaridad, esclavitud como nos aqueja. Huir de los nuevos «ídolos» que exigen adoración y nos destruyen: tienen nombres de pecados capitales: soberbia, ira, lujuria, avaricia, gula, envidia, pereza y acedia. Nos están infectando y no nos protegemos de ellos. E incluso contagiamos a otros. Por lo tanto, en esta Cuaresma no queremos bajar la guardia. Deseamos des-infectarnos de esta epidemia interior, para llevar adelante la “causa de Jesús” y de su Espíritu Santo
¿Huir, hacia dónde? «Hacia adelante», hacia ese lugar en el que “viene a nosotros el Reino de Dios”; ese lugar en el que emerge “una nueva tierra”, “un nuevo cielo” -aunque todavía sea en dimensiones muy reducidas. Cualquier «hacia adelante» auténtico, cualquier pequeño progreso de la presencia todavía débil y provisoria del Reino es suficiente. ¡Que pase este mundo y venga la gracia! (Didaché).
Cuaresma es el símbolo de una Iglesia que huye; no del mundo, sino con el mundo de los hombres hacia adelante. La ascesis cuaresmal nos lleva no al abandono del mundo, sino a no acomodarnos a las normas del mundo presente (Rom 12.2). Hay cuaresma allí donde sentimos, como los profetas, el pánico de los poderes de la muerte, el pánico que impulsa hacia adelante, como decía Péguy.
La huída, la fuga mundi, expresa de una manera particular nuestra condición profética, como padres de familia, esposos, hijos, ciudadanos, miembros activos de una comunidad parroquial. Nuestra parroquia puede iniciar también un “nuevo éxodo” y entrar en un proceso más intenso de solidaridad liberadora con todos aquellos a quienes el statu quo de la sociedad les resulta insoportable; con todos aquellos a quienes los poderes y los lujos de la sociedad les dan pánico, porque siempre son a costa de un empobrecimiento mortal. Nuestra comunidad parroquial necesita nuevas ideas, sueños que realizar y…. “entre todos”, y “cada vez más”.
Cuaresma es para nosotros una admirable oportunidad para impulsar nuestro profetismo, buscar nuevas formas de desinstalación, reactivar nuestra ascesis misionera, reencontrar la esperanza en el dolor del mundo. Cuaresma es una llamada a huir hacia adelante.
El trayecto: 40 días y… después 50
Nos llega el tiempo central del año litúrgico: la Cuaresma de los cuarenta días y la Pascua de los cincuenta días. Son noventa días intensos para revivir y recrear “lo esencial” en nuestra vida cristiana. Desde el miércoles de Ceniza hasta el día de Pentecostés vamos a someternos a una toma de conciencia intensa y progresiva de nuestra “condición” como hijos e hijas de Dios, que vivimos “en Cristo Jesús” y somos consagrados por el Espíritu y lanzados a compartir su Misión.
El primer trayecto de este camino es la Cuaresma: entramos en la experiencia simbólica de los cuarenta días. En ellos la Palabra de Dios nos recuerda que somos el pueblo de la Alianza y que cada persona está llamada a integrarse y comprometerse dentro de la Alianza.
Vivir en Alianza, en mutua dependencia, es humanizar a Dios y divinizar al ser humano; es compartir la vida y estar en actitud de “mutua atención”, de mutua obediencia, de correlación permanente. La experiencia nos muestra cuántas veces consciente o inconscientemente, se enfría nuestro corazón en esta relación de Alianza y aun se muestra infiel.
Renovar y reinstaurar la Alianza
La Cuaresma es tiempo para renovar y re-instaurar la Alianza. Cada domingo nos irá presentando una faceta peculiar de esta vocación cristiana que nos hace aliados del Espíritu de Dios Padre y de Jesús y que todos nosotros – bautizados- compartimos.
He aquí las etapas que nos esperan hasta el día de la Resurrección o del Nuevo Comienzo:
Pactos de arcoíris, sin fecha de caducidad: nuestro compromiso con la Alianza (domingo 1º).
La enormidad de la fe y del amor: la experiencia que marca una vida (domingo 2º).
La idolatría, sucedáneo de la fe: la gran tentación y el modo de superarla (domingo 3º)
Amor, entre la sospecha y la confianza: cómo sanar el amor (domingo 4º).
El precio de la Alianza: otra vez la memoria del pacto (domingo 5º)
La pasión de Jesús desde la perspectiva de la Alianza (domingo de Ramos y Triduo Pascual).