Cronos y kairós

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Del mundo griego hemos heredado dos maneras diversas de entender el tiempo: el cronos y el kairós, escritos así, a lo castellano. El cronos sería el tiempo cotidiano, anodino, que transcurre casi imperceptiblemente, que no deja huella. El kairós es un tiempo propicio, denso, grávido, inolvidable, único, aprovechable, un tiempo que no se puede desperdiciar ni dejar pasar por alto. Algo así, sin mayores pretensiones de definición.

Los cristianos hemos pedido prestado el concepto y el contenido de kairós para hablar de “tiempos fuertes” en la liturgia, como la cuaresma que acabamos de iniciar. Pero, además, se suele emplear cuando queremos resaltar o maximizar un acontecimiento determinado que nos parece “extra-ordinario”, es decir, que se escapa de “lo ordinario” del tiempo inocuo y corriente. Y rápidamente le concedemos categoría teologal cuando hablamos del kairós como “tiempo del Espíritu”, o como “nuevo Pentecostés”; ciertamente como si se tratara de “tiempos preñados de Dios” que nosotros escrutamos como tales. Un ejemplo al uso fue la convocatoria y el desarrollo del Vaticano II y del papa Juan XXIII: “un nuevo pentecostés para la Iglesia” y una persona, el papa Juan, como especialmente “señalados” para abrir un tiempo distinto, un aggiornamento para la Iglesia. Quizás nos preocupa aquello del Evangelio:  “¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos!” (Mt.16,3b). En cualquier caso, en ocasiones vemos “tiempos de gracia y nuevos pentecostés” con excesiva ligereza.

El papa Francisco continúa sorprendiendo. Las oleadas de simpatía no cesan; pero tampoco las críticas más aceradas desde muchos ámbitos. Y la lista se va incrementando: Vittorio Messori, Sandro Magister, J.M. de Prada, en el mundo de los laicos; y relevantes cardenales y arzobispos desde la misma Curia Vaticana. Llega a decir Leonardo Boff: “En varias partes del mundo, pero principalmente en Italia entre cardenales y personas de la Curia, y también entre grupos laicos conservadores, se está articulando una dura resistencia y demolición de la figura del Papa Francisco”. Pero lo preocupante, a mi modo de ver las cosas, no es tanto estar de acuerdo o no con Francisco, sino discernir si Francisco supone “un kairós” o no.

Me explico. La Iglesia, a lo largo de su historia, no siempre ha sabido desentrañar los “signos de los tiempos”, es decir, esa presencia y esa “palabra” mistérica del Espíritu de Dios en el proceso histórico. Porque yo sí creo que hay “momentos y momentos”, tiempos propicios, escenarios únicos y puntuales, y, sobre todo, personas carismáticas capaces de renovar la Iglesia. Pongo, brevemente, algún ejemplo. Uno, muy lejano en la historia y desconocido de muchos: el Concilio de Constanza (1414-1418). Se trata de un “kairós” que no supo ser vivido como tal por el egoismo y el afán de poder de unos cuantos curiales. Dice Hans Küng: “A veces, los hombres notan sólo cien años más tarde qué oportunidades históricas se desaprovecharon, qué capital se dilapidó y por qué dirección perniciosa se optó… Hablo -en el sentido de la ‘historia docet’- del tiempo posterior a aquel gran concilio ecuménico de la reforma que tuvo lugar en Constanza”. Sin entrar en detalles, otra “oportunidad perdida”, otro “tiempo malgastado”, tuvo lugar en el caldo de cultivo que generó la Reforma de Lutero; en aquella ocasión, tampoco se supieron leer los signos de los tiempos, “la Palabra silenciosa y sutil” del Espíritu. Y se dilapidó la egregia figura de un hombre aún no rehabilitado por la Iglesia: Erasmo de Rotterdam: es muy posible que si se le hubiera entendido mejor, si se le hubiera valorado más como “hombre oportuno” de Dios, la Iglesia se hubiera evitado la disgregación que a la larga supuso la Reforma protestante. Un tiempo que se dejó escapar y un hombre que no se supo “aprovechar”.

Francisco nos sorprende con su concepción del tiempo por encima del espacio. Algunos piensan que por influencia de Guardini, o del mismo Ignacio de Loyola. Pero es un tema “sorprendente” y recurrente en alguien que no es precisamente un filósofo al uso. Su concepción del tiempo y del espacio se encuentra sobre todo en Evangelii gaudium (222-225). Hay que leer estos números y meditarlos. Dice, por ejemplo: “El tiempo es superior al espacio. Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos… Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno” (EG,222-223). Y esto es lo que me preocupa: ¿y si estuviéramos en un ‘kairós’ que no somos capaces de interpretar? ¿y si la reforma de Francisco fuera una presencia silenciosa o una sonrisa tímida de Dios en la historia actual de la Iglesia? ¿y si asfixiamos este ‘tiempo de gracia’ por miedos, falsas seguridades y afán de poder? ¿y si, una vez más, ignoramos un  nuevo tiempo pletórico que se nos ofrece en la historia y lo desechamos  por falta de clarividencia? ¿De nuevo Constanza, de nuevo Erasmo, de nuevo Rosmini, de nuevo el Vaticano II? Tal vez nos responda el papa: “Uno de los pecados que a veces se advierten consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos” (EG,223).