Cristo Rey del universo

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Se termina en año litúrgico con esta fiesta cargada de tintes de realeza. Este describir a Cristo reinando en todo, como anticipación de lo que va a ser cuando todo sea recapitulado en Él.
Pero todo ello se puede entender de muchas maneras: desde ese poder absoluto de una victoria apabullante que no deja lugar a dudas y que puede llegar a tener tintes de revancha; o, quizás, desde el Evangelio de este día.
Evangelio de un rey que es súbdito. Y más aún: es de los últimos, de aquellos que nunca tendrían la categoría de ciudadanos.
Es el rey que tiene hambre, que está desnudo, prisionero, enfermo, el rey que es extranjero en una tierra que no es suya, que ni siquiera puede acceder a un vaso de agua… El rey que no tiene ningún poder, ninguna visibilidad, que es totalmente dependiente. Sin cetro ni corona. El monarca mísero ante quien se vuelve el rostro.
Y el juicio de ese rey nace de una misericordia de misericordiosos, de una cercanía de ropa y de comida y de vaso y de lecho sufriente y de rejas y de vallas tristes e injustas y de pequeños gestos que alegran a los ángeles que miman a tantos reyes míseros de este mundo.
Rey de reyes, rey vasallo, fragilidad hermosa de un poder débil que nos hace, si queremos, ciudadanos de ese Reino.

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