CRISTIANOS MANIFESTÁNDOSE CONTRA…

0
922

(Juan M. González-Anleo). Desde bien pequeño recuerdo haber escuchado aquella frase de labios de mi padre: “no se puede ser buen sociólogo sin leer el Hola”, razón por la que, desde hace ya mucho, no solamente leo esta y otras revistas parecidas cada vez que voy a la peluquería, sino que, más acorde con los nuevos tiempos, hago otras cosas parecidas… como usar Facebook. Es increíble todo lo que se aprende ahí si se sabe mirar y si se tiene una “muestra representativa” de personas, no solo profesores, alumnos o gente que piensan igual que tú, sino páginas de muy diferentes culturas, ideologías y credos. De ahí quiero sacar la reflexión de este artículo, de un meme que vi ya hace mucho en Facebook y que he vuelto a ver de forma repetida muchas otras veces en diferentes contextos y publicado por diferentes personas. Lo describo: el meme esta dividido en seis partes, cada una de ellas con una fotografía, a vista de pájaro, de zonas céntricas de una (cualquier) ciudad. En el primer recuadro se ve una plaza sin una sola alma y escrito encima: “cristianos manifestándose por los recortes en sanidad, educación, etc.”. En la segunda, calles céntricas totalmente vacías y, de nuevo escrito sobre la imagen: “cristianos manifestándose contra el rescate de los bancos…”. Otra igual: “cristianos manifestándose contra la venta de armas a países en conflicto”. Como podéis imaginar, las restantes siguen el mismo patrón: calles y plazas vacías y “cristianos manifestándose contra…”. Hasta la última de todas, en la que se ve una plaza y sus aledaños a reventar de gente y sobre la que también hay una inscripción: “cristianos manifestándose contra el aborto”.

¿Es un meme muy alejado de la realidad? ¿Es injusto? La primera vez que lo vi recordé una anécdota de cuando estaba en el colegio. Allí, en mi grupo de teatro, un chico que más adelante terminó siendo sacerdote no hacía más que dar la murga a todo incauto que comenzaba a hablar con él sobre el aborto. No tenía otro tema. Y este lo tenía tan preparado, tan ensayada su puesta en escena, que realmente asustaba, relatando con todo lujo de detalles los horrores de lo que el definía como (y comparaba con) el “holocausto”. Un día nos llegó a la redacción de la revista del colegio una carta de este chico en la que, además de su ya conocida retahíla de argumentos y descripciones gore, usaba unos apelativos nada amables contra las mujeres que abortaban, a las que, al final de la carta, prometía las llamas del infierno. En la revista no teníamos necesariamente que consultar cada artículo que publicábamos, pero este nos pareció de tan mal gusto (por los detalles que daba) y tan poco respetuoso, que decidimos consultar con el director del colegio, que a fin de cuentas era sacerdote y la máxima autoridad. “Publicadlo…” respondió con cara de disgusto después de haberla leído, “… pero esperad a que yo le escriba una carta de respuesta”. Siempre recordaré aquella maravillosa carta. Muy educadamente, venía a decirle al alumno que no disentía del mensaje de fondo de su carta, pero sí de las formas, de su ensañamiento y de su clara falta de respeto por muchas personas que, señalaba, en muchos casos, ya tenían un infierno a sus espaldas y con las que no mostraba la más mínima empatía. Terminaba la carta recordando al alumno unas cuantas de las muchísimas razones que debían movilizar a un católico integral.

Sería injusto decir que los católicos, como tales (es decir, no “mezclados” en otras multitudes) solo se movilizan por el aborto. También lo hacen en defensa de la familia, bonito eufemismo para decir “en contra de los homosexuales”, contra el colectivo LGTBI en general. Por desgracia, en defensa de la familia, no de la familia tradicional, sino de la familia real, de ese superministerio de bienestar que ha servido de colchón a cientos de miles de españoles durante décadas y que volverá a hacerlo en la nueva crisis que se avecina, en defensa de ese unicornio llamado “conciliación familiar” o de subsidios por natalidad, no ha salido a la calle nadie. Y contra el aborto o contra los homosexuales, ya nadie sale, desde hace mucho, y por una razón bien sencilla: son dos “causas” no solamente no compartidas por la grandísima mayoría de la sociedad desde hace ya mucho, sino que incluso, para una parte de ella, incluidos bastantes católicos, son “causas” ridículas, especialmente si son contrapuestas a otras que sí tocan de lleno a los ciudadanos, como la pauperización del trabajo, especialmente el juvenil, el desmantelamiento sistemático del Estado de Bienestar, los recortes en dependencia, la crisis climática, etc. No lo digo yo, lo publica el propio CIS bajo el epígrafe “percepción de los problemas de los españoles”, una pregunta incluida en todas sus encuestas, independientemente de la temática monográfica de la que se trate y que debería ser de lectura obligada cada mes en la Conferencia Episcopal (viendo el panorama actual, también para los políticos). Por el contrario, el “derecho al aborto” (de la homosexualidad hablaré en otro artículo más adelante), es aceptado por el 78% de los españoles según una encuesta reciente de Metroscopia, sorprendentemente, incluso por el 52% de los votantes de VOX.

Personalmente creo que el mundo se esta acercando a un momento crítico en el que muchas injusticias parcialmente enterradas en el pasado, como la obscena desigualdad social entre ricos y pobres incluso dentro de los países desarrollados o la miserización de los jóvenes y los ancianos, están resurgiendo y otros problemas, como la más que probable sexta extinción masiva del planeta, acechan a pocos años vista. En este escenario, y es algo que repito en cada conferencia que doy respondiendo a esa pregunta que nunca falta al final “¿Qué podemos hacer para recuperar a la gente, para que vuelvan a confiar en la Iglesia?”, considero esencial tender la mano al resto de la sociedad y decir: “¡aquí estamos, en primera fila, siempre, partiéndonos la cara por vosotros, por vuestros ancianos, por vuestros hijos, por vuestros problemas reales, por vuestro presente… y por vuestro futuro!”.