Parece que la creatividad va desapareciendo de la faz de la Iglesia en Europa. Parece que lo seguro, lo de siempre, ofrece un hogar caliente y eficaz dónde lo exterior nos molesta sólo de refilón y pasa como pasa la vida, sin pena ni gloria.
Contemplamos el paso del tiempo, permanecemos a resguardo y confiados en la confianza inmovilista de un Dios inmóvil y filosófico (Motor y Causa primera, pero quieto en su quietud), como las frías imágenes de nuestros Templos. Frías incluso en su dolor lacerante que queda estancado, eternizado; ya no escarnio o escándalo, o lucha por evitar lo que no debió ser, aunque tuvo que ser. Todo eso va haciendo mella en la existencia individual y comunitaria.
Y se ven situaciones grises o negras, vuelta al aquí mando yo clerical y sometimiento del laicado, feliz porque le dicen lo que tiene qué hacer o, más bien, lo que no tiene qué hacer. Así es más fácil, mucho más. Pero así se pierde la frescura de Galilea, la novedad de la Noticia, los odres se rompen y el vino (ese sí que sagrado) se derrama en la mediocridad de la desconfianza de lo exterior y la felicidad mentirosa de lo que me es más cómodo. En ese miedo inmovilista enemigo (activo) del Espíritu.
Completamente de acuerdo. Pero existe una Iglesia q arriesga, una iglesia q no tiene miedo a estar en las fronteras, q siente lo hermoso y atractivo del Reino, q huye de la mediocridad. Una Iglesia q tiene los pies en el barro y la cabeza en los sueños…Que no quiere números sino corazones…Y si no existe esa Iglesia, creémosla. Yo me apunto.