Cuando uno ama y es amado es una persona habitada por el amado. ¿Cómo se recibe a una persona? Por el amor. Por el amor, el amado se convierte en lo más propio mío, habita en lo más profundo de mi. Si esto puede ser una rica experiencia antropológica, puede igualmente ser, y con más razón, una experiencia teologal. Dios se hace el constitutivo más íntimo de mi personalidad cuando yo le abro mi corazón con fe. Y entonces es posible decir con toda verdad: “ya no soy yo el que vive, es Cristo quién vive en mi”. Cristo vive en mí, eso es exactamente ser habitado. Vive en mi cuando acojo su Palabra y me dejo guiar por su Espíritu. Y entonces se produce una maravilla: yo me siento cada vez más yo, al sentirme cada vez más lleno de Dios. Porque Dios, al habitarme, no me anula, me constituye. Es el constitutivo más íntimo de mi persona. De forma que el crecimiento en humanidad y el estar invadido por Dios son directamente proporcionales, ya que crecen en la misma dirección.
Dice el Maestro Eckhart: “Dios me es más próximo que yo mismo lo soy de mí mismo; mi ser depende de que Dios esté cerca de mí y presente en mí. Y cuanto más lo sé, más feliz soy”.