Las palabras de Jesús: la gracia de la cordialidad
»Si amáis a los que os aman, eso ¿qué gracia (χάρις) tiene; pues también los pecadores aman a quienes les aman. 33 Y si hacéis el bien a quienes os hacen el bien, ¿qué gracia (χάρις) tiene?, pues también los pecadores hacen lo mismo. 34Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué gracia (χάρις) tiene?, pues también los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro tanto. 35 Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos. 36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.
Lc 6, 32-36
En el evangelio de Lucas el ángel le dice a María que ha hallado gracia a los ojos de Dios (χάριν παρὰ τῷ θεῷ” (Lc 1,30). En el discurso de la llanura -también según Lucas- Jesús nos pide que amemos a quienes no nos aman, pues eso, ¡tiene gracia! Ese el punto donde se chequea si estamos en gracia de Dios o no, porque Dios sí ama a los que no le aman. No estamos en gracia de Dios cuando… a unos sí y a otros no… Cuando nos deshacemos en expresiones de afecto, de cordialidad con nuestros amigos y a otros … ni les dirigimos la mirada, ni el saludo. Cuando derrochamos cordialidad con unos y desprecio y dureza con otros. Están a la orden del día conductas como éstas: en unos como agentes, en otros como pacientes.
La cordialidad: cambio de mente y de discurso
Hay diversas formas de discurrir, de reflexionar, de interpretar la realidad.
La forma normal del discurso -del logos, dirían los griegos- es racional, intelectual. Utilizamos la lógica, la conexión entre los datos, las deducciones más adecuadas que de ese conjunto se derivan. El discurso racional nos lleva al debate, a la búsqueda conjunta de la verdad -tal vez-, a la confrontación, al aprendizaje… El tipo de discurso que se establece en la campaña electoral entre los partidos es el discurso “racional”. Se trata de que los ciudadanos sepan elegir “razonablemente” a sus gobernantes o líderes en los próximo años y eviten, se dirigidos por quienes se piensa “razonablemente” que no lo harán bien.
Hay, sin embargo, otro tipo de discurso que se basa en las razones del corazón: es el discurso de la cordialidad. Este tipo de discurso no enfrenta aunque las diferencias sean extremas. El logos “cordial” o “amoroso” tiene la capacidad de “amigar” a los “enemistados”, de aproximar a los antípodas en el ámbito intelectual o cultural o religioso. El discurso de la cordialidad genera amistad y prepara al ser humano para la hospitalidad intelectual, que es tan ardua muchas veces.
Características del discurso de la cordialidad incluyente
El discurso de la cordialidad -que a todos abraza- no es a veces muy “lógico”. Crea adhesiones, no por las ideas, sino por simpatía o empatía, por la seducción de la belleza, porque “el amor es ciego”, porque donde hay amistad allí se está dispuesto a perder cualquier batalla dialéctica, sabiendo que al final se gana la guerra.
El discurso de la cordialidad cede ante un aparente error, una verdad no tan clara. Sabe habitar las zonas de claro-oscuro, introducirse en espacios liminales, hurgar en lo curioso, lo inexplorado, los sorprendente. Ni siquiera teme equivocarse. El discurso de la cordialidad tiene como impulso el corazón: “a donde el corazón te lleve”.
Ciertamente no es un discurso siempre “lógico”, pero sí es “eco-lógico”. Atiende a la totalidad. Crea interconexiones. Comprende al fin lo que parecía incomprensible. Su pasión por la verdad no le lleva a la impaciencia, porque está convencido de que la Verdad se revela a quienes conocen el alfabeto emotivo, el lenguaje del amor, la seducción de la Gracia.
La última cena: el discurso de la Cordialidad
Jesús -según el cuarto Evangelio- utilizó en su última Cena el lenguaje de la cordialidad.
Jesús quiso que sus discípulos asistieran a una gran lección de amor. Los eligió y destinó para que dieran fruto abundante. Pero les dijo que ese fruto nacería del amor, de permanecer constantemente en el amor. Quien -como el sarmiento- está injertado en la vid del amor, producirá fruto abundante.
Por eso, Jesús les dirigió un mandato misionero que no tenía tanto que ver con el comunicar verdades o indoctrinar, sino con el “Amaos”, con el “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Tenía la convicción de que el mundo creerá en Él cuando descubra la corriente de amor que circula en su comunidad. Esta lección sirve para cualquier sociedad, grupo, pueblo.
El amor es un don que hay que suplicar al Abbá, fuente del Amor
El amor viene de Dios, porque Dios es amor. El amor es un carisma. Más todavía: el carisma de todos los carismas. El amor es hiperbólico (1 Con 13). Cuando una persona es agraciada con el carisma puede amar; ama aquella persona que conecta con la corriente infinita del Amor que nace del Abbá, pasa por Jesús, y el Espíritu derrama en nosotros (Rom 5). El amor hacia los enemigos no es una victoria nuestra… es un regalo. Por eso, los grandes santos, como San Antonio María Claret, pedían a Dios el carisma del amor:
“¡Oh Jesús mío, os pido una cosa que yo sé me la queréis conceder, Sí, Jesús mío, os pido amor, Amor, llamadas grandes de ese fuego que Vos habéis bajado del cielo a la tierra. Ven, fuego divino. Ven, fuego sagrado. Enciéndeme. Árdeme. Derríteme y derríteme al molde de la voluntad de Dios” (Antonio María Claret, Autobiografía, n. 446).
Que se imponga en la política, en la iglesia, en nuestras familias y comunidades el “lenguaje de la cordialidad”, ese lenguaje que mueve el corazón y no subleva la mente, que inter-conexiona y no des-conexiona. A esto nos lleva la doble celebración del “Corazón de Jesús” y el “Corazón de María”.