CONSECUENCIAS DE LA MINORIDAD

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Hay valores que más que buscarlos, nos encuentran. La minoridad nos ha encontrado y dice mucho de la vida consagrada presente. Sin embargo, inconscientemente, buscamos la notoriedad. El número y la fuerza. Todavía se nos cuelan expresiones con las que nos conjuramos para «ser fuerza», «ser cuerpo congregacional» y le pedimos a Dios: «muchas, santas y buenas vocaciones». Algo así como si Dios no supiera qué tiene que hacer por un lado, y, por otro, como si la solución de nuestros males consistiese en un voluntarismo que nos devuelva una fuerza perdida ante todos los males presentes y los que puedan avecinarse.

En medio de esta situación nos visita una realidad incontestable. Somos una minoría muy minoritaria. Un signo endeble que quiere ser presencia y anuncio y se manifiesta, en esta era, a través «mimbres» muy frágiles y no tan unidos.

En esta realidad compleja, sin embargo, aparecen constantemente vestigios de nuestros aires de grandeza. Historias provincianas de un ayer huido que nos siguen jugando malas pasadas. Criterios auto-referenciales; expresiones de juicio ante una realidad desconocida; violencias contenidas, acepción de personas, miedos, relaciones funcionales… Sigue asomándose una mentalidad de empresa que dista mucho de la búsqueda de una purificación misionera que, teóricamente, todos proclamamos. Algo así como si creyéramos que el engorde institucional, aunque sea ficticio, mantiene una fidelidad y significatividad muy deseada. Hace unas horas leía una de esas columnas que quien quiera estar informado tiene que conocer, aunque sea para no estar de acuerdo. Francisco Serrano interpreta que lo que está de fondo es un clericalismo fino y, por supuesto, no descastado. Dice que se trata de: «Un clericalismo que campea por nuestros predios y que ahora está de moda en determinados ámbitos. Quizá emerja cuando lo que se gestiona es la decadencia, que tiene incluso forma de convocatorias multitudinarias auto-referenciales».

La persona de este tiempo aguanta bien el peso de la institución, mientras esta no le complique la vida. La mira de reojo, la tolera… otra cosa muy diferente es que lo institucional le diga algo, marque su vida por más que pretenda marcar su agenda. Es ciertamente una situación vital ambigua que, desde mi punto de vista, está deteniendo la necesaria reforma eclesial y paralizando la impronta profética de la vida consagrada. Hace unos días analizábamos esta cuestión un grupo de directores de revistas de vida consagrada: estamos más preparados para los congresos que para la vida diaria; más formados para disertar sobre el cuidado que para el compromiso de cuidarnos; más versados para disertar sobre la vocación que para valorar las vocaciones de la «puerta de al lado»; más motivados para asistir (o pronunciar) una conferencia de «relumbrón» que para construir comunión en una «pobre» oración de la mañana con quien tienes al lado.

Ciertamente, pude estar ocurriéndonos, que frente al temor a la minoridad busquemos el cobijo de una «grandeza» fugaz. No importa que el día a día sea mediocre, el caso es organizar a lo grande. Que se note y se hable de ello. Que haya constancia, foto y reconocimiento. Y, sin embargo, el idioma de la minoridad que nos enseña el Espíritu pasa por una conversión al espacio pequeño, a la distancia corta, al milagro de la proximidad.

La minoridad que pide el Espíritu nada tiene que ver con el olvido. Todo lo contrario. El pequeño «resto» aprende a reconocerse y valorarse. A cuidarse en lo concreto y a disfrutar el encuentro. La minoridad integrada lleva a pronunciar y hacer vida «no puedo renunciar a ti» a tu convivencia, presencia y riqueza.

Estos días con titulares llamativos sobre vidas quemadas, también entre consagradas y consagrados;  a las puertas de saber qué dice «Querida Amazonía» y ante la infinidad de congresos y encuentros que la sucederán, no conviene olvidar la vocación a la minoridad y aceptar que el milagro de Dios pasa por el reconocimiento sagrado de su presencia en cada vida. Conviene reconocer que la denuncia del «descarte» tan letal para nuestro mundo, comienza con la aceptación, el saludo y la ayuda de quienes hacen camino a tu lado. Que las palabras proféticas de la vida consagrada adquieren sonoridad y fuerza cuando nacen de espacios comunitarios vivos, concretos y sinceros donde a nadie se señala, separa o silencia.