CONÓCETE A TI MISMO

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En el frontispicio del templo de Delfos se encuentra esta inscripción: “conócete a ti mismo”. Con este adagio “pagano” comienza la encíclica Fides et Ratio de Juan Pablo II. La idea está insinuada en 2 Cor 13,5. Conocerse a sí mismo no es nada fácil. Es la tarea de toda una vida. Nos vamos conociendo, consciente o inconscientemente, a medida que crecemos. Este conocimiento es fuente de sentido y motivo de tristeza o de esperanza: si me conozco como “ser para la muerte”, o como alguien no querido, mi vida estará envuelta en la oscuridad. Si me conozco como alguien destinado a la vida, o como alguien amado, espontáneamente brotará la alegría. Conocerse a sí mismo es conocer la verdad sobre uno mismo. Y la verdad es lo que todos buscamos, lo que más necesitamos, lo que nos pacífica y serena.

Pascal, famoso pensador francés, decía que conocerse es saber que uno es miserable. Solo el ser humano puede saber que es miserable; el árbol no sabe de su miseria. Ahora bien, este conocimiento no nos hunde; al contrario, nos enaltece. No saber de nuestra miseria nos encierra en nosotros mismos. Saber de nuestra limitación y de nuestra miseria nos abre más allá de nosotros mismos, nos descubre que más allá de nuestra limitada realidad puede haber remedios para nuestra miseria. Solo si nos conocemos bien podemos abrirnos a la fe cristiana. La fe presupone una determinada antropología: la del “yo poroso” que se contrapone al “yo impermeabilizado” (Charles Taylor), la de la persona abierta, atenta al más allá de sí mismo.

Según Pascal el ser humano solo se conoce de verdad en Cristo, pues solo con Cristo sabemos lo que es nuestra vida, nuestra muerte, lo que somos nosotros. Posteriormente el Vaticano II dirá que el misterio del hombre solo se esclarece a la luz del misterio de Cristo. Teresa de Jesús dijo en sus Moradas que era una gran “lástima y confusión no entendernos a nosotros mismos”, para añadir: “es cosa importante conocernos… A mi parecer, jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios”. Efectivamente, conocer al Dios de Jesucristo es conocer de dónde venimos, a dónde vamos, cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte; y conocer además que estamos destinados a la felicidad, pues Dios quiere para todos y cada uno un presente y un futuro lleno de vida. Es también saber que somos hijos de Dios y que tal filiación se traduce concretamente en fraternidad humana.