Conocer su voz

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Nuestra vida está llena de voces. Voces en los medios de comunicación, en las calles, en el móvil… también tenemos a nuestro alrededor ruido que nos confunde y que nos va llenando de sentimientos encontrados. 

En una sociedad saturada de sonidos se nos hace complicado distinguir la voz del Pastor que nos llama por nuestro nombre. Solemos ir detrás de otras llamadas que nos prometen la felicidad cifrada con billetes o con el poder que nos propone convertir las piedras en pan. 

La voz del Pastor es casi susurro que se acaba difuminando en medio del barullo. Pero hay varias maneras de distinguirla:

  • Nos llama a la gratuidad, a no mercadear con los demás o con nosotros mismos. 
  • Nos llama a olvidarnos de la creencia de que somos el centro de todo y de que nuestros caprichos son la única verdad. 
  • Nos llama a perdonar como único camino del que brota la fiesta y la honestidad. 
  • Nos llama a salir de nuestras soledades y a habitar en un no lugar que es el Reino junto con los más pequeños. 
  • Nos llama a aventurarnos mar a dentro, más a allá de nuestras seguridades y miedos, para ir hacia propuestas de autenticidad y felicidad compartida. 
  • Nos llama a creer que el amor es lo único que vale la pena de verdad y que siempre se puede hacer nuevo si no es interesado y buscador de sí mismo.  
  • Nos llama por nuestro nombre, ese que muy pocas personas conocen (quizás tampoco nosotros mismos) porque no lo pronunciamos por miedo o vergüenza. 
  • Nos llama a romper esquemas predeterminados y mezquinos erigidos en nombre de Dios : lapidar por pecados, creernos perfectos, alejarnos del mal árbol porque mala sombra nos puede cobijar, pensar que Dios ama más el sábado con toda su normativa justificante que al ser humano en su cizaña con trigo, pensar que el dinero vale más que el gesto de una mujer que ama mucho aunque esté marcada con el oprobio público… 
  • Nos llama a nacer de nuevo, a dejarnos rehacer porque el vino nuevo no puede estar contenido en odres caducos aunque tengan apariencia de tradición sana. 

Nos llama por nuestro nombre, ese que muy pocos conocen, quizás tampoco nosotros mismos. 

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