“Estamos allí donde hay heridas abiertas en las personas”
El H. Emili participa en un panel sobre la Vida Consagrada
(Maristas, Curia general, 04.02).Durante el Encuentro Internacional sobre la Vida Consagrada, del 28 de enero al 2 de febrero promovido por el Vaticano, el H. Emili Turú participó en un panel con otros religiosos y religiosas. El evento tuvo lugar en el Aula Pablo VI el día primero de febrero, momentos antes de la audiencia del Papa con cerca de cinco mil religiosos participantes en el encuentro.
Moderados por el P. Federico Lombardi, director de la Sala de Prensa del Vaticano, los siete religiosos, representantes de las diferentes formas de vida consagrada, reflexionaron sobre “La Vida Consagrada hoy en la Iglesia y en el mundo: provocados por el Evangelio”.
El Superior general dividió sus palabras en las tres dimensiones del ser religioso: la misión (el religioso/a está donde existen heridas abiertas en las personas y en las periferias); la fraternidad (al religioso hermano, le toca “exagerar la fraternidad”) y la mística (“¿Qué soy capaz de transparentar?”).
Las palabras del H. Emili pueden ser leídas a continuación, conservando el tono oral y espontáneo de su intervención.
Subrayados sobre la Vida Religiosa Apostólica hoy
Con relación a la misión
Se nos ha hablado de las fronteras geográficas y existenciales que estamos invitados a habitar, a desplazarnos, a estar en ellas… donde la vida religiosa apostólica toca las heridas de la humanidad. Estamos allí donde hay heridas abiertas en las personas, sea en las periferias geográficas o en las existenciales, en tantísimos lugares y circunstancias en las que estamos presentes. Donde hay sufrimiento, incluso en los lugares más remotos del planeta, allí hay algún religioso o religiosa acompañando y siendo presencia y ternura de Dios en ese lugar.
El subrayado que quiero hacer me lo sugirió ayer la Hna. Carmen Sammut, SG, Misionera de Nuestra Señora de África, cuando dijo en esta misma sala que los religiosos de vida apostólica estamos en los márgenes de la sociedad y de la Iglesia. Pero lo dijo así, sin más, como de pasada; entonces, pues, me pareció muy interesante retomar ese punto. ¿Qué significa que estamos en “los márgenes de la Iglesia”? Decir “en los márgenes de la Iglesia” suena un poco fuerte; yo quizás diría “en los márgenes de la institución”, en “la periferia de la institución eclesial”, pero “en nombre de la Iglesia”.
Esto queda un poco raro, dicho en este lugar donde estamos, pero creo que estamos invitados a habitar esa periferia. Se trata de ese lugar donde se encuentran los que pertenecen a la Institución con aquellos que no pertenecen a ella o los que se sienten excluidos de la misma.
Entonces, ¿quién hace este puente de comunicación con no creyentes o personas que están en búsqueda, con personas de otras religiones, de otras maneras de entender la vida? Ahí me parece que hay un campo importantísimo para la vida religiosa apostólica que vale la pena subrayar. SE trata de un campo de experimentación, de búsqueda, de exploración… ¡en nombre de la misma Iglesia! Y esto significa dialogar: el diálogo, la cultura del encuentro. Dialogar con personas que están muy lejos de nuestro pensamiento, de nuestra manera de ser. Y diálogo significa escuchar para aprender; quizás algunas personas digan que que ese es un lugar “peligroso” (entre comillas). Efectivamente, las fronteras son siempre lugares peligrosos.
Hay que asumir riesgos, y me parece que eso es parte de nuestra misión para el bien de la Iglesia. Por lo tanto, no es algo a reprimir sino más bien a apoyar, porque lo hacemos para bien de la misma Iglesia. Don Luigi Ciotti, ese sacerdote italiano tan valiente que combate las mafias, dice que “se muere por exceso de prudencia”; y me parece que en nuestras instituciones eso tiene mucho sentido. Jean Baptiste Metz decía que la vida religiosa debiera ser “terapia de shock” para la Iglesia. Y la terapia de shock no es una terapia dulce: el shock crea convulsiones. Me pregunto en qué medida, nosotros como vida religiosa apostólica, somos terapia de shock para el resto de la Iglesia… En definitiva, creo que no estamos llamados a ser agentes de la institución sino profetas en medio del pueblo. ¡Y eso no es lo mismo!
Con relación a la fraternidad
El Papa habla mucho del virus del clericalismo, que es un virus bastante extendido. Entonces, ¿qué hacemos para combatir este virus? ¿Qué antídoto tenemos para neutralizarlo? Me parece que uno de ellos es la “fraternidad”, que subraya las relaciones horizontales: la igualdad básica de todos los miembros del Pueblo de Dios.
Creo que el clericalismo tiene sobre todo rostro masculino: los clérigos son hombres. Pero no sólo tiene rostro masculino, y eso es lo que lo hace más peligroso todavía, porque en muchas de nuestras cabezas, sean hombres o mujeres, existe este virus.
Entonces, ya hablando del “religioso hermano”, me parece que parte de nuestra contribución a la Iglesia es subrayar esas relaciones horizontales, tan opuestas al clericalismo. Todavía hoy escucho decir: “¿Hermanos? ¿Y cómo es que ustedes se quedaron a mitad de camino? No se han ordenado, no son presbíteros”. Para algunas personas parecería que nos faltara algo. ¡Si esto no es clericalismo…! Entonces, a nosotros nos corresponde – creo – “exagerar la fraternidad”. Exagerarla en el seno de la Iglesia para subrayar la importancia de estas relaciones horizontales. Nosotros somos hombres-religiosos-hermanos. Quizás nos corresponda, como dice muy bien el último documento de la Iglesia sobre “El religioso hermano”, esta llamada a “exagerar” la fraternidad.
Con relación a la dimensión mística de nuestra vida
Finalmente, en cuanto a la dimensión mística de nuestra vida, la dimensión de la espiritualidad, del seguimiento del Resucitado, creo que ahí la vida religiosa apostólica tiene un reto extraordinario. Yo creo que es uno de los mayores desafíos, quizás el mayor de todos.
¿Por qué? Pues porque el tipo de vida que llevamos no nos ayuda. Estamos muy inmersos en la sociedad, desarrollando actividades profesionales; y a nuestro alrededor todo son prisas y existe una enorme tendencia a la superficialidad. Entonces, es muy fácil contagiarse de eso. ¿Cómo dar una dimensión de interioridad y de profundidad a nuestras vidas para vivirlas en equilibrio? Para no ser activistas ciegos que hacen, hacen, hacen… y no saben exactamente ni para qué, ni qué hacen en realidad.
Quería terminar recordando una escritora francesa, Christiane Singer, que decía: “Al final de la vida no te van a preguntar quién has sido, sino qué has dejado pasar a través de ti”. Es decir, ¿de qué has sido transparencia? ¿Qué has transparentado? A menos que uno tenga una dimensión de profundidad importante, lo único que hace es reflejarse a sí mismo. ¿Qué soy capaz de transparentar? Yo creo que es un reto extraordinario y darle una respuesta adecuada sea probablemente el mejor servicio que podemos hacer a la Iglesia, a nosotros mismos y a los hermanos y hermanas de nuestra sociedad.