Los habitantes de Cafarnaum quedaron asombrados por la autoridad de Jesús. Hasta los espíritus inmundos le obedecían y en sábado, el día del descanso de Dios. En ese día de inacción sagrada.
Y se sorprenden, como nosotros, porque esa autoridad no es la de siempre: la del abuso, la de sacar beneficio propio, la de pisotear al frágil o al pobre. No es la autoridad del manejo de conciencias o de poner por delante siempre a las instituciones por muy sagradas que sean. No es la autoridad de mantener las cosas como están porque el cambio es siempre incierto. No es la autoridad de los privilegios o del arribismo o del trepar…
Por eso se extrañaban, por eso nos extrañamos.
La de Jesús es otra autoridad: la de hacer el bien aunque para muchos tenga apariencia de mal porque rompe estructuras sagradas al servicio de ellas mismas.
Por eso hasta los espíritus inmundos no se lo acaban de creer: ellos están a gusto en los otros tipos de autoridad.
Quizás también nosotros.