Llega un nuevo Adviento. La Iglesia -¡miles de comunidades esparcidas por todo el mundo!- nuestra iglesia globalizada y localizada, se siente esposa, se siente madre. Aparecen en ella las señales de una impaciente espera. Aguarda. Vela. Se muestra inquieta.
Meditemos sobre el himno que tantas veces repetiremos en este Adviento 2016: “Jesucristo, Palabra del Padre”. Cuando lo entonemos emergerán de nosotros sentimientos nuevos, apasionados.
Jesucristo, Palabra del Padre, luz eterna de todo creyente, ven y escucha la súplica ardiente, ven, Señor, porque ya se hace tarde.
Cuando el mundo dormía en tinieblas, en tu amor tú quisiste ayudarlo y trajiste, viniendo a la tierra, esa vida que puede salvarlo.
Ya madura la historia en promesas, sólo anhela tu pronto regreso; si el silencio madura la espera, el amor no soporta el silencio.
Con María la Iglesia te aguarda con anhelos de esposa y de madre, y reúne a sus hijos en vela, para juntos poder esperarte.
Cuando vengas, Señor, en tu gloria que podamos salir a tu encuentro y a tu lado vivamos por siempre, dando gracias al Padre en el Reino. Amén
Silencio y Tinieblas
Es la espera apasionada de la esposa que siente la ausencia de su Esposo, que cuenta los minutos y segundos anhelando su pronto regreso. ¿Qué es la Esposa enamorada sin su Esposo? ¿Qué sentido tiene su soledad, si no está llamada a vivir sola?
¡Qué paradoja! El Esposo, que es la Palabra, guarda silencio. El Esposo, que es la Luz, no aparece y deja dormir el mundo en tinieblas. ¡Silencio! ¡Oscuridad! La Esposa está en vela. Tiene la certeza de que llegará, pero no sabe cuándo. Y por eso, vigila por todo lugar, a toda hora… perdida en las tinieblas y en el silencio.
Adviento no es un ejercicio imaginativo y poético, sin realidad. Basta introducirse en el misterio de la oración para percibir el silencio y la oscuridad; pero hay que introducirse sintiendo lo que pasa en nuestro mundo, lo que pasa en nuestras comunidades y en cada uno de nosotros.
Muchas veces tenemos la impresión de estar solos, ¡muy solos!, ante el peligro. En este último tiempo, ¿no parece estar nuestro mundo como dejado de la mano de Dios? ¡Atentados terroristas, muertes indiscriminadas, inseguridad! Las fiestas se convierten en tragedias. En nuestras naciones, en nuestras iglesias y comunidades sentimos la división, la falta de comunión auténtica… ¿Dónde estará nuestro Señor?
Si todo es Gracia, ¿de dónde nos viene tanta desgracia? Y nosotros mismos, somos también un gran problema: ¿quién nos librará de este cuerpo que nos lleva a la muerte? ¿Quién cambiará el panorama interior de nuestras envidias, nuestra ira, nuestra avaricia, nuestra pereza, nuestra lujuria?
Sí, hay razones, muchas razones para esperar al Esposo.
Madurar en la Espera
Y se pregunta: ¿porqué? ¿porqué esta tensión? La Esposa tiene ya experiencia de estos largos, larguísimos tiempos de oscuridad y silencio. Ella misma se responde;
Así madura la historia en promesas
El silencio madura la espera
Adviento es tiempo de maduración. Así como rehusamos la fruta todavía verde, pero tenemos la certeza de que pasado un tiempo llegará a sazón y estará “en su punto”, así ocurre con la venida del Esposo. Llegará en el momento adecuado, en ese instante en que será posible el más bello encuentro de Amor.
Esperar en fidelidad, en constancia, sin echarse para atrás, sin entretenerse en otras relaciones, sin quebrar en ningún momento la Alianza, es la respuesta adecuada de la Esposa. ¡Esposa fiel en la espera! Así todo en ella madura, todo en ella se convierte en “puesta apunto” para el encuentro fecundo con el Esposo.
La ausencia del Esposo es pedagogía divina. Durante la ausencia nadie tiene que ocupar el puesto del Esposo, tampoco unos servidores deben imponerse a otros, tampoco hay que dormirse como las jóvenes vírgenes, ni abandonar las propias responsabilidades, como el siervo perezoso de la parábola. El que está ausente, ya está viniendo…
¡También… anhelos de Madre!
La Esposa es también Madre. Unida a su Esposo es fecunda. Tiene hijos e hijas de todas las naciones. Ella espera, los hijos esperan. La Madre los reúne para madurar en la espera. Ser Iglesia es ser comunidad que aguarda, que tiene la certeza de la Palabra y de la Luz: Palabra de la Vida, Luz de la Vida.
Nos preguntamos a veces si la Madre Iglesia no pierde fecundidad, si ya su seno no se va paralizando y no logra la fertilidad de otros tiempos. La unión con su Esposo es siempre el principio regulador de su fecundidad. Una Iglesia enamorada, que anhela unirse de verdad a su Señor, que se entrega a Él y acoge su entrega, será madre feliz de nuevos hijos e hijas. No debe olvidar que el Esposo es Palabra de Vida, Luz de la Vida. Y que la Esposa se convierte así en Madre de la Vida.
En tiempos de infecundidad, cuando los esfuerzos misioneros, pastorales, catequéticos, parecen inútiles, el clamor de la Esposa se hace insistente, súplica ardiente. Ella está segura de ser escuchada, porque tanto la amó el Esposo, que por ella dio la vida, a ella le entregó su Espíritu.