COMUNIDADES INTRANQUILAS… GRACIAS A DIOS

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Las comunidades intranquilas están pobladas de personas inquietas. Aquellas que buscan diariamente un todavía más. Las que se dejan interpelar por un presente cambiante, fugaz, casi de vértigo que obliga a pensar viviendo y a vivir pensando.

Estoy muy agradecido por la oportunidad de conocer y acompañar muchas de ellas. Son fuente de riqueza, porque están vivas. Padecen el agitarse como las aguas del mar, pero no huyen de los conflictos. Al final, aparece el consenso, la concordia que es mucho más que un pacto de mínimos muy mínimos. Esas comunidades intranquilas se hacen preguntas… pero no permiten que queden en el aire, porque buscan respuestas y las encuentran… Porque «el que busca encuentra», como bien dice la Escritura. Son comunidades que no aguantan que las personas que las hacen vivan en la eterna pregunta, ni en la infinita duda, ni en la fangosa crítica. Son comunidades que no necesitan la ironía para sobrevivir, porque se han dado la libertad de pronunciar las palabras verdaderas que comunican vida. Los silencios, en estas comunidades, son creativos, no penales. Son silencios necesarios para dejar que el valor de las palabras se afirme. Son silencios por los que circula la complicidad de la comunión.

Las comunidades intranquilas están pobladas de hermanos y hermanas. Esa categoría quizá un poco contaminada por otros afectos que ha perdido su luz. Los hermanos es el mayor hallazgo de quien tiene vocación de comunidad. Descubre cómplices en el carisma no «amigos» de pactos y murmuración donde tantas veces se refugia la insatisfacción con la propia vida.

Porque una comunidad intranquila vive en búsqueda. Nunca llegamos al «fondo de armario» de la fraternidad. Es un más y más que te lleva, insospechadamente, hacia una complicidad en misión no calculada. Quien se lanza a la vida en comunidad de manera intranquila sabe que es un itinerario sin fin, una propuesta de Reino no acabada ni acotada por la presunción intelectual de poner fines.

La comunidad, cuando está intranquila, es contagiosamente vital. No necesita cartelitos que lo anuncie. Tampoco publicidad. Es un signo imparable y atractivo de vida. Entiende esa comunidad, porque lo entienden sus miembros, que la vida se contagia desde la vida, que su arte es vivir con sentido y responder sintiendo a las mociones que constantemente recibe de un Dios que no descansa ni se aleja de la vida de las personas. Es, además, una comunidad no cansada ni adormecida en la sucesión de horarios –heredados– para creer que late. Se acerca a la espontaneidad tantas veces perdida, porque el paso del tiempo a todos nos puede llevar a confundir mecánica con vida. Algo, desgraciadamente, más peligroso y frecuente de lo que pensamos. Recuerdo un anciano, simpático, al que le había abandonado la cordura… Mantenía largos diálogos con su reloj y me decía, «mira cómo se mueve». Aquel, confundía la mecánica con la vida de manera explícita y lunática. No sé si nuestras organizaciones mecánicas responden a un cierto lunatismo o a una huida «hacia delante» en la que nos resulta más fácil seguir como estamos antes que cambiar lo que somos. Así hemos aprendido a organizar. Serenar intranquilidades. Callar y mantener espacios y vidas en paralelo que jamás choquen, porque jamás se encuentran. Hemos aprendido a acomodarnos sin proporcionarnos palabras de aliento ni de crecimiento. Hemos suplantado el encuentro personal, con la convocatoria de encuentros formales, con la pretensión de un logro espontaneo, vital, teológico, necesario, sorprendente, imprescindible… que no es otro, que los que viven en comunidad se quieran. Y, evidentemente, es imposible. Lo que no se permite nacer desde la fe, no acontece desde la costumbre, la convocatoria, la organización o la estructura.

Una comunidad intranquila está habitada por personas que no se conforman, ni se acomodan. Por personas que en la intimidad de la noche se preguntan por un todavía más con ganas de compartirlo, no imponerlo. Son estas personas muy necesarias porque es el filtro real de la acción del Espíritu que constantemente sugiere, susurra y, a veces, grita: «por qué no intentamos…». Son personas muy diferentes las que habitan en una comunidad intranquila. No se han llamado entre ellas, ni han manipulado para que al final resulte una amalgama de afines. Son seres de diferentes cronologías… Muy diferentes, con visiones e identidades que pueden complementarse porque están apasionadas por la misma misión, aunque las formas sean diversas. Por eso son personas libres, no atadas ni condicionadas. Las comunidades dormidas, que también las hay, tiene poblaciones más bien calladas, aunque hablen mucho, pero están dispuestas a pasar «por lo que sea» porque lo único seguro que tienen es la conquista de una vida estable, en un ámbito, también estable, y un futuro, hasta donde da la vida, pintado de estabilidad. Éstos y estas, y bien que lo siento, encarnan la rémora más grave para que la vida religiosa de un paso, el salto que necesita para tener vida y no hablar solo de ella.

Una comunidad intranquila es, en sí, evangélica porque no está satisfecha. Está abierta al cambio que es el milagro de quienes se ponen en las manos de Dios. Por eso es capaz de integrar signos nuevos, palabras de Reino, que no cambian el mundo, pero lo intranquilizan. Saben celebrar y su alegría sobrepasa los muros de las solteras e impersonales salas de comunidad; viven la pobreza porque comparten, de manera visible, lo que tienen; no tienen miedo, y lo expresan con relaciones francas, plurales, visibles, compartidas y sinceras; tienen la puerta abierta y la cruzan quienes están «cansados y agobiados» con las cargas de la vida, quienes necesitan otra vida, quienes creen estar satisfechos de sus logros y quienes necesitan alguien que escuche su interior roto. Son las comunidades intranquilas quienes motivan a las personas a optar por la intranquilidad de quien no lo tiene todo y, sin embargo, lo espera todo.

Definitivamente, necesitamos comunidades intranquilas. Para ello hay que descubrirse, cada uno, vulnerable, intranquilo, no seguro. La aparente duda puede ser la puerta de algo nuevo. Se van oyendo voces, se manifiestan algunos gestos de quienes están intranquilos. Hay un buen grupo de religiosas y religiosos viviendo un particular adviento de intranquilidad y presumo que lograrán espacios comunitarios, también intranquilos. Lo van a lograr porque cada vez son más valientes ante el frío o la crítica de quienes disfrutan espacios estables o viven en un bucle de autosatisfacción. Hay comunidades intranquilas y posibilidad para ellas porque hay muchos religiosos que se han cansado de hablar sobre la vida, sin darla.