COMUNIDAD: ARMONÍA EN LO DIVERSO

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Aunque reconozcamos los valores de la comunidad y de la vida comunitaria, también es cierto que nuestra decepción ante la vida en comunidad es frecuentemente grande, muy grande. La vida en comunidad de vida se hace difícil, muy difícil. Nos resulta más fácil y atractivo formar comunidades pasajeras, que comunidades permanentes. Pensemos en una comunidad deportiva o litúrgica; en una comunidad de comida, o de estudio. Lo difícil es formar una comunidad de vida. En los monasterios con voto o promesa de estabilidad, la comunidad es por toda la vida. En nuestras comunidades apostólicas la comunidad de vida es por algunos años, normalmente. Nosotros vivimos la comunión, sobre todo, a nivel provincial o congregacional.

Pero ¿qué nos pasa con la comunidad? ¿Por qué tanta insatisfacción? Pienso que los miembros de la comunidad somos los que somos y no cambiamos tan fácilmente: “genio y figura…”. Lo único posible es cambiar la perspectiva: descubrir la “otra dimensión”, la belleza que la habita, desde la pura materialidad hasta la espiritualidad culminante.

Como un jardín de piedras

Es el primer nivel de comunión que se da entre nosotros. Pertenecemos a la tierra, a la materia cósmica. Los escolásticos nos dirían que somos, ante todo, una comunidad de “entes”, una comunidad óntica.. Y en cuanto entes “somos”. Formamos una comunidad de cosas. No solamente somos “cosas”, pero también lo somos. Cada miembro de la comunidad es una cosa, una entidad, una realidad individual. En este sentido formamos parte del mundo de las cosas. Sentirnos en comunión con todas las cosas nos da estabilidad, identificación, consistencia. Ser únicamente como cosa no nos llena. Nos lleva a la postración, depresión grave, pérdida en la nada, mineralización de nuestro ser, terrible torpeza de nuestro espíritu, obsesión y mecanicismo; la mera comunión óntica, nos lleva a reproducir lo idéntico y frena todos nuestros impulsos vitales. Bien equilibrada con las otras formas de comunión, la comunión óntica nos fusiona con el cosmos:

La necesidad de comunión con la naturaleza que sentimos en lo más profundo de nosotros surge de esta realidad óntica. Comunión con la tierra, intimidad con el entorno, identificación con todo lo natural, autointegración en el universo astronómico… Todo ello habla de este primer nivel de comunión que nos estabiliza, nos arraiga en la realidad y nos distiende maravillosamente en todo, en el todo. Podemos ver nuestra comunidad como “un jardín de piedras”. Es cuestión de arte.

Como un huerto regado

También somos vegetales. Como una comunidad de árboles, como un huerto con variedad de flora. Unos son árboles frutales, otros de adorno. Unos árboles altos y aparentes, otros árboles pequeños y que pasan desapercibidos. No siempre dan sus frutos al mismo tiempo. Todos necesitan aire, agua, calor y frío. Cada uno da sus frutos a su tiempo. Es necesario cuidar los árboles. Algunos necesitan ser podados, otros sulfatados… Vosotros sois los sarmientos… Como un huerto regado y cultivado. Vegetar no es malo. Es esencial. No puedo exigir al olmo que dé peras.

Una comunidad de vivientes

La violencia que impera en el mundo animal es uno de los fenómenos que más intrigan. Uno se pregunta a qué se debe la violencia animal, hasta el punto que hemos identificado “animal” con violencia. Sin embargo, “animal” viene de “anima”. Los animales son seres con “anima”. Lo zoológico tiene que ver con la “Zoe” –palabra griega que significa “vida”-.

Víctor Hugo dijo: “Los animales viven, el hombre existe”. Queda mejorada la frase cuando se dice que los seres humanos -en cuanto animales que somos- vivimos, y en cuanto seres libres –que también somos- existimos. Hay en nosotros una dimensión zoológica que no debemos olvidar. Cualquier comunidad humana es “comunidad de animales”. ¡No solo esto, pero también!  No tenemos voto de estabilidad como los vegetales. Nos podemos mover, integrar en diversos ecosistemas. Llevamos en nosotros una preciosa vida. Necesitamos de nuestro espacio y lo defendemos. Nuestra movilidad nos hace entrar en la soledad de lo hasta ahora nunca visto, ni experimentado. El animal tienen siempre un mundo por conocer. Mientras que el vegetal es alimentado, el animal se busca el alimento, la compañía. Nos entendemos entre los animales. La forma de comunión con la vida animal nos hace crecer, sere nosotros mismos. Esta es la comunión vital..

Comunidad bajo la mirada del otro o comunión existencial

Vivimos en nuestro propio cuerpo, pero sólo comenzamos a existir de verdad bajo la mirada del otro. Sin comunión existencial la vida se apaga. Todos nacemos dos veces: en la naturaleza nacemos a la vida y en la sociedad nacemos a la existencia. Es cierto que somos animales, pero¡no sólo eso! No solo buscamos el placer; ante todo, buscamos la relación que nos asegura nuestra existencia. Deseamos la relación –el amor, el calor, el reconocimiento-, y no algo que la relación pueda darnos. La mirada del otro que nos reconoce es como el oxígeno del alma, como el aire.

La vejez es, a su vez, una disminución no sólo de las fuerzas vitales, sino también de la existencia. Su causa primera es el aumento de la soledad. «Yo comencé la muerte por soledad», escribía Víctor Hugo. La existencia puede morir antes de que la vida se apague.

La comunión espiritual es, para nosotros, la más misteriosa. Se expresa en las ideas, los sentimientos, los sueños, las utopías, la creatividad incesante… La comunión en ese ámbito es inagotable, es siempre susceptible de más. Nunca se ve satisfecha del todo. Hay en nosotros una sed infinita que nunca se sacia y nos hace sentirnos esencialmente menesterosos. Esa incomplétude nos sitúa delante de la nostalgia de lo infinito o de aquello que lo simboliza. El fenómeno de la idolatrización de ciertas realidades es un síntoma de ello. Lo que sentimos o percibimos como símbolo del Infinito, no es capaz de traernos el mismo Infinito, y, por eso, en nuestra impaciencia tendemos a convertir el símbolo en la realidad simbolizada, el símbolo en ídolo, como diría Paul Ricoeur.

Comunidad bajo la mirada de Dios

Hay también otro modo de comunión, que es la comunión en el Espíritu. La comunión existencial no llena todas las exigencias de comunión que percibimos en nuestro ser. La incomplétude del ser humano hace que deseemos mucho más de lo que -de hecho- podemos darnos unos a otros. El reconocimiento mutuo, el crecer bajo la mirada del otro, es frecuentemente insuficiente. Necesitamos ser reconocidos por el mismo Dios, sentirnos justificados por su gracia y sabernos hermanados con todos por Él.

La nostalgia del Espíritu, del Todo, alimenta en nosotros una búsqueda incensante. La comunión que se produce a ese nivel es enormemente intensa. Y, esa es precisamente la razón de ser de las comunidades religiosas. Son comunidades de hombres y mujeres que buscamos a Dios, que nos situamos ante el umbral de lo Infinito. Nuestra sensibilidad nos va haciendo percibir poco a poco todo un mundo de símbolos que nos remite hacia la realidad pre-anunciada. Pero vivimos en fe, en oscuridad y no en luz, en camino y no en la patria. Bien sabemos, con todo, que el “ansia de amor no se cura sino con la presencia y la figura”.

Sí, estamos llamados a ser jardín de piedras, huerto regado y florido, precioso zoológico en libertad, comunidad de personas que se miran y se interconectan en el espíritu, seres llamados a entrar en el Cuadro de la Trinidad., en ese puesto vacío que nos está esperando.