Esta mañana, hablando con la única persona que conozco que aún funciona con un móvil de prepago, me decía que habían sido las dificultades para cambiar de contrato con la compañía telefónica las culpables de regresar al primitivo método de recargar el saldo del teléfono.
No sé qué tecla ha funcionado en mi cabeza para acordarme de la reflexión que me hacía un amigo religioso hace unos meses. Él planteaba que, con demasiada frecuencia, tenemos una puerta muy amplia para entrar en nuestras Instituciones… pero una muy estrecha para salir de ellas. Y que, evidentemente, no es lo mismo permanecer en una familia religiosa desde el convencimiento de que se está donde Dios quiere… a permanecer porque encontrar trabajo a cierta edad se hace muy cuesta arriba.
Y es que podemos caer en el riesgo de parecernos a las compañías de teléfonos a la hora de “captar clientes”, saltándonos procesos de discernimiento, acompañamientos pausados y búsquedas honestas de lo que Dios sueña para cada uno/a. Pero, cuando la realidad (y Dios en ella) va “pidiendo cuentas” y se comienza a derrumbar el edificio de una vida construida sobre cimientos poco sólidos… podemos correr el peligro de “contagiarnos” de las mismas trabas que nos ponen cuando queremos cambiar de contrato o de empresa telefónica.
Nuestro mayor empeño institucional tendrá que ser, más que “mantener números” para ser competitivos/as, convertirnos en mediaciones del Amor (con mayúscula). Porque, como decía Lope de Vega,“el amor tiene fácil la entrada pero difícil la salida”…