Hoy se afirma por todas partes que vivimos en un mundo líquido en el que todo es efímero, en el que nada se mantiene firme. Como parece una situación sin remedio, los verbos “esforzarse”, “luchar” o “empeñarse” han desaparecido de nuestro horizonte. Lo expresa con acierto Enzo Bianchi: “Pertenezco a la última generación que ha conocido la enseñanza del arte de luchar contra las tentaciones, un arte que se nos transmitía junto con la fe cristiana. He asistido a la progresiva desaparición de esta pedagogía que he experimentado como una gracia, como una ayuda durante toda mi existencia…(…). Esta lucha a veces, ruda, disciplina que requiere pronunciar algunos “síes” y algunos “noes”, pero una disciplina que humaniza y que es portadora también de felicidad. Verdaderamente, vale la pena luchar porque el combate espiritual es una lucha por la vida plena, una lucha cuyo fin es el amor: saber amar mejor y ser mejor amados”1.
Si se nos despierta alguna alarma o algún deseo, ahí está Ef 6,10ss con su exhortación a “buscar las armas de Dios”, a “embrazar el escudo”, a “ponerse el casco…”. Quizá haya suerte, a lo mejor nos resuena algo ese combatir y ponemos nombre a algunos enemigos al acecho: la lógica amenazadora del “cada-cual-para-sí”, la defensa con uñas y dientes de la propia independencia, el giro en torno a los desvaríos del yo… Quizá concluyamos que, al fin y al cabo, el lenguaje paulino sigue vigente y existen otras luchas y otras banderas, distintas a las que colgamos en los balcones.
1 Bianchi, E., Una lucha por la vida. El combate espiritual. Santander 2012,12.