Invito a que dediquemos unos momentos a detenernos en el lema olímpico, citius, altius, fortius, locución latina que significa “más rápido, más alto, más fuerte”.
La imagen del atletismo, leída en clave espiritual, es ya empleada en el Nuevo Testamento. Ahora bien, me pregunto si este programa olímpico es realmente cristiano o si, más bien, deberíamos darle la vuelta para leerlo en clave evangélica. Ofrezco por ello algunas reflexiones, junto con tres recomendaciones de lecturas y tres eslóganes alternativos.
Más lento. Sin duda, vivimos tiempos acelerados. Comida rápida, mensajes instantáneos, relaciones efímeras… Como reacción a esta tendencia, en las últimas décadas se ha desarrollado un movimiento ciudadano (y una corriente dentro de la Iglesia, la “slow Church”) que reclama unos tiempos más humanos y unos ritmos más humanizadores para calmar las actividades, saborear la vida, romper la dictadura del agobio y la productividad. Aquí está mi primera recomendación de lectura, el libro de Carl Honoré, “Elogio de la lentitud. Un movimiento mundial desafía el culto a la velocidad”. Ahora bien, recuerda que“vivir despacio no significa que te detengas”.
Más bajo. También es claro que las tendencias dominantes en nuestra sociedad animan a subir, dominar, ascender y “trepar”. Por eso es tan contracultural (¡y tan importante!) cultivar la movilidad descendente o la kenosis. Jesucristo “no se aferró a su categoría divina, sino que se abajó, se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo” (Flp 2, 7). Esto no es sólo una verdad nuclear para la fe y el seguimiento cristiano, sino que me parece una seña de identidad particular para la vida religiosa. Segunda recomendación bibliográfica: “El estilo desinteresado de Cristo. Movilidad descendente y vida espiritual”, de Henri Nouwen. Y segundo lema alternativo, tomado del cantautor Facundo Cabral: “Vuela bajo, vuela bajo, porque abajo está la verdad”.
Más débil. Un tercer rasgo de nuestra cultura es el culto a la fuerza. Confiamos en la fuerza del sistema financiero o militar; y, a la vez, tendemos a esconder nuestra debilidad física o anímica. Sin embargo, san Pablo recuerda a la comunidad cristiana de Corinto: “Dios ha escogido a los débiles del mundo para humillar a los fuertes”(1 Cor 1, 27) y, también,“cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10). Tercera recomendación de lectura, de mano de la teóloga brasileña María Clara Bingemer: “Simone Weil. La fuerza y la debilidad del amor”. Y una última cita, esta vez de Jean Vanier: “no podemos aceptar la debilidad del otro, si no aceptamos la propia”.