Nassim Nicholas Taleb publicó en 2007 su propia teoría, según la cual un cisne negro es un suceso que se caracteriza por lo siguiente: es una rareza, porque está fuera de las expectativas normales; produce un impacto tremendo; pese a su condición de rareza, la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que, erróneamente, se hace explicable y predecible. Como ejemplos recientes, señala internet, la computadora personal, la primera guerra mundial, y los ataques del 11 de septiembre.
El mismo Taleb afirma que “una pequeña cantidad de cisnes negros está en el origen de casi todo lo concerniente a nuestro mundo, desde el éxito de las ideas y las religiones, hasta la dinámica de los acontecimientos históricos y los elementos de nuestra propia vida personal”.
La historia de nuestras fundaciones es la de auténticos cisnes negros: acontecimientos “altamente improbables” que han tenido un fuerte impacto en la sociedad y en la Iglesia. En estos momentos que vivimos de transición y de refundación, creo que conviene una actitud de profunda humildad, conscientes de que el futuro está en las manos de Dios, y a la vez muy sensibles y abiertos a la realidad emergente.
Ante la presencia de posibles cisnes negros en la vida consagrada, somos invitados a superar el miedo y aceptar el riesgo de lo imprevisto e inesperado. Al fin y al cabo, según Taleb, “la lógica del cisne negro hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos”.
Es verdad que hay cisnes negros que pueden provocar la muerte. Pero cerrar la puerta, por miedo, a todo lo imprevisto, bloqueará también la novedad y creatividad del Espíritu, puesto que “el viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu”.