Y… mientras tanto, por ahí está rondándonos -como a Jesús- una amenaza de enfermedad y de muerte que ya se ha cobrado miles de víctimas.
Que el Espíritu Santo, Amor derramado en nuestros Corazones, convierta cada familia, cada pequeña comunidad, en un Cenáculo. Que allí haga presente a Jesús, que nos sirve, que nos ofrece su Cuerpo y Sangre, y nos convierta a todos en “sacerdocio de la Iglesia doméstica”. El evangelio de este Jueves Santo nos introduce en el corazón mismo de Jesús. Preparémonos -como si fuera la primera vez- para una gran revelación. Jesús siempre nos sorprende y más, cuando está a punto de desaparecer.
La despedida
“Jesús, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo,
los amó hasta el extremo”. Jn 13
El cuarto evangelista nos muestra a un Jesús consciente de dos cosas:
que le había llegado “la hora de dejar este mundo para ir a reunirse con el Padre”
y que “Dios había puesto todo en sus manos y que venía de Dios, a Dios volvía”.
Es el momento de la despedida de la comunidad humana, a la que tanto amor había mostrado. De la despedida de sus hermanos y hermanas. De la despedida de esta “especie deseante” que somos nosotros, porque siempre estamos necesitados: Con esa consciencia Jesús afronta dos situaciones:
la despedida de sus discípulos, a quienes ama hasta el extremo,
y la traición de Judas, en cuyo corazón había actuado el diablo.
Para despedirse Jesús nos dedicó dos grandes acciones simbólicas, y un largo y confidencial discurso.
En primer lugar, el lavatorio de los pies; y nos pidió que en cada reunión nuestra hiciéramos lo mismo entre nosotros. Hoy lo vemos reflejado en la cercanía y servicio del personal sanitario, en lo que ocurre en cada casa, en quienes desde un lugar u otro quieren detener la epidemia y colaborar en ello. Necesitamos purificación. Jesús se apresta a servir a sus discípulos lavándoles los pies uno a uno. No los humilla: les dice que están limpios y que sólo necesitan que se les laven los pies. Y les da ejemplo para que ese gesto y su significado no desaparezca nunca de su comunidad.
En segundo lugar, Jesús nos ama hasta el extremo, ofreciéndonos su más inesperado regalo: “Tomad, comed, bebed todos… Mi Cuerpo, mi Sangre”. No hay amor sin entrega, si donarse, sin ser el hombre o la mujer para los demás. Cuando esto acontece, nuestras casas, comunidades, encuentros… se vuelven Eucaristía, se hace memoria de la última Cena de Jesús. ¡Cenáculos domésticos!
En tercer lugar, Jesús dedicó a su comunidad un largo discurso de despedida. En él habló extensamente del Amor y reveló su identidad más profunda: habló de su Abbá, de su Santa Ruah. Y puso todo su mundo… ¡a nuestras disposición!: “Abbá, cuídalos”, “el Espíritu vendrá a vosotros, os recordará todo, os llevará a la verdad completa”. Yo intercederé por vosotros.
Al mismo tiempo, Jesús declara que en el grupo hay uno que no está limpio y que necesitaría una purificación total: está en conexión con el diablo: es el traidor. .
Meditación:
Este jueves santo no nos presenta a un Jesús abatido ante la cercanía de su fin. Todo lo contrario: nos presenta un Jesús a la ofensiva: desencadenando la revolución del amor, del perdón entre nosotros. Quien se nos va, quiere formar un solo cuerpo con quienes nos quedamos. EL “link” entre Él y nosotros será el Espíritu Santo:
“Que el Espíritu Santo descienda sobre estos dones, para que se convierta en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús”…
“Que el Espíritu Santo nos reúna en un solo cuerpo”
Epíclesis de la Plegaria Eucarística
Jesús es consciente de que el Mal nos ronda y rondará. La figura de Judas está ahí, como una señal de alerta. No porque Jesús lo condene y no lo perdone. Sino porque Él desea “desconectarse de Jesús”.
La Eucaristía no es un mandato que hay que cumplir, es el máximo regalo que un creyente puede recibir. En ella reconocemos al Jesús presente porque nos ama y el Espíritu del amor no le permite separarse de nosotros; y también al Jesús ausente, porque ha vuelto al Padre, porque se ha ido y ascendido. La eucaristía es el último acto de misión que ha quedado eternizado en la Iglesia y que ahora cada uno de nosotros, los comulgantes, incorporamos para continuar el servicio de Jesús. Quien tiene todo el poder lo comparte con nosotros. Por eso, podemos seguir su ejemplo. Se inicia aquí la “missio amoris” que es característica de la Iglesia. No solo se evangeliza con la palabra, también con el servicio humilde a través del cual amamos a nuestros hermanos y hermanas “hasta el extremo”.
¡Convirtamos hoy nuestra casa, nuestra comunidad, en un “cenáculo doméstico”!
Plegaria
Jesús, humilde Señor nuestro, ¡qué regalo poder contemplarte en tu última Cena en la versión del cuarto evangelio! ¡Qué grandeza la tuya, qué consciencia y dignidad muestras; y al mismo tiempo, qué amoroso, qué servicial, qué extremado! Me imagino que llegas a mi para lavarme los pies con esa delicadeza tuya, para animarme a ser como tú, hijo y enviado para hacer lo mismo. Gracias, muchísimas gracias, Jesús. Eres un maestro incomparable, mi único maestro.