Ante la realidad de la muerte, con frecuencia, surgen preguntas. Y algunas no siempre son fáciles de responder. Pero nunca hay que tenerle miedo a las preguntas. Ellas nos posicionan ante la realidad completa, que no siempre controlamos ni comprendemos.
Ante toda esa multitud de preguntas que surgen en nuestro mundo, en nuestra gente y en cada uno de nosotros, hoy quiero volver a afirmar una verdad de nuestra fe: DIOS NO CASTIGA. La enfermedad no es un castigo. El dolor no es un castigo, la muerte no es un castigo.
Te castiga quien no te ama con un amor puro y generoso. Esas personas, algunas consideradas hermanos o amigos, que te apartan la mirada, te descalifican en secreto, te juzgan sin conocer, te anulan bajo el falso manto de la crítica, te envidian porque no terminan de encontrarse a sí mismos; esos…sí que castigan. Pero Dios no castiga. Dios corrige. Lo dice el libro de la sabiduría (Sb 12,1s) y cuando corrige Dios, lo hace siempre poco a poco. Tal vez porque el verdadero amor nunca entendió de prisas, ni de ausencias, ni de distancias.
Corrige con limpieza de corazón quien te ama, quien desea verte crecer en lo bueno; te corrige quien comprende tus caídas y fragilidades, quien sopla aliento de fuerza cuando ya no puedes más; quien sostiene tu cuerpo y tu vida ante el aplomo del dolor o la desgracia.
La última corrección es el abrazo definitivo, que nos sanará del todo y para siempre. Y a ese abrazo le tenemos algo de miedo, no lo dudo, pero a ese miedo no hay que darle demasiadas alas, que si no termina amargándonos la jornada.
Lo dice el salmo 88: “somos casi nada” y por eso la vida más triste es aquella que se despliega soñando que sus días en esta tierra son eternos. ¿Qué tenemos? El día de hoy…para elegir hacer lo que debemos hacer. Y hagamos lo que hagamos, Dios seguirá ahí, esperando abrazarte.