Hoy celebramos el Corpus, fiesta que nace en el siglo XIII. Fiesta de ver, de mostrar el Cuerpo de Cristo por calles y plazas. De procesiones y de música.
Pero también es fiesta de partiese y comer, sobretodo es eso. Es la textura de una pan que es carne, en una boca que lo acoge con la frase del incrédulo creyente: «Señor mío y Dios mío». No son cábalas o búsqueda de explicación lógica, es alimento de un Dios hecho carne en el pan, que se nos entregó en herencia preciosa para que nosotros lo cuidásemos y nos cuidásemos. Si nos hubiesen dado a elegir hubiésemos querido signos más fuertes de Dios, más evidentes. Incluso menos escandalosos: «¿Cómo puede este dar a comer su carne?»
Pan y vino, Cuerpo y Sangre, anticipo de lo que iba a pasar en la pasión, pero también resumen de una vida entregada, totalmente regalada. Por eso es también pan partido, no entero, no en raciones individuales como se suele hacer hoy.
Carne despedazada, triturada, del varón de Dolores, pero también esos trocitos que se fue dejando en cada gesto de cercanía, de consuelo, de amor, en cada encuentro gozoso o doloroso que fue dibujando la vida de Jesús y que se dibujan también en nuestras propias vidas.
No es sólo el anticipo de una entrega en la cruz, de un sacrificio. Es el resumen, hermoso, de la vida de un Dios hecho carne y pasión por toda carne que estaba (y está) en las tinieblas de las malas noticias: no puedes salvarte, no soy digno, merezco que me apedreen, algo hice para estar ciego, me da vergüenza dar solo una monedita…. Carne de Buena Noticia, de dar-se, de partir-se (partir-salir de uno mismo hacia los demás, hasta hacerse demás).
Pan encarnado que se parte, que se come. Felices nosotros invitados a este Banquete.