Después del Concilio Vaticano II ya no se pone en duda la comprensión de la vida religiosa como carisma –don del Espíritu–, siempre nuevo, en el que cada persona se engarza con la fidelidad a la historia pasada de su instituto y a la novedad de nuestro tiempo.
La vida religiosa es la respuesta dada a la llamada de Dios. Él tiene la iniciativa. Dios da el don de la vocación y la persona responde dándose totalmente a Dios y totalmente a la humanidad. Es el don de uno mismo, el vaciamiento de uno para donarse al Otro y a los otros, un don personal, único e irrepetible. Podemos preguntarnos, ¿entienden nuestros jóvenes -o no tan jóvenes- la vida como don?
Todos estamos llamados a discernir la autenticidad de la vocación religiosa como carisma:
- Encuentro de dos libertades: libertad de Dios y libertad de la persona. Dios da a quien quiere, pero la respuesta siempre es fruto de la libertad personal. El modo de obrar de Dios es de sumo respeto hacia sus criaturas.
- Toda persona es llamada a seguir un camino en la vida, su vocación. Para descubrirla, hay que estar atentos a los signos de los tiempos (mediaciones: personas, acontecimientos…) que nos van dando pistas. Algunas personas se pasan la vida buscando y probando, siempre insatisfechas y ansiosas, pidiendo a la vida lo que deben buscar en su interior.
- El don de la vocación suele revelarse discreta y cotidianamente, porque suele ser en el día a día que el Espíritu nos manifiesta la voluntad de Dios.
- La vocación es una para cada uno, y hay tantas vocaciones como personas. La vivencia personal del seguimiento, la diversidad de seguidores, nos enriquece a todos; ninguna excluye a ninguna; todas son para el bien común. Como dice san Pablo, diversidad de llamadas de un mismo Espíritu que habla a cada uno personalmente.
- El carisma de la vida religiosa es uno, pero cada persona lo vive desde una lectura del Evangelio personal y única, aunque no exclusiva.
- El don no es para uno mismo, –no es para guardar, pero sí para cuidar–, es para los demás, la comunidad, la humanidad.
El don primero es Dios mismo que se nos da en la creación, hasta darse plenamente en su Hijo. Dios que es Padre engendra a su Hijo que permanece con su Espíritu; es Dios que desde el principio se da en la Trinidad y en ella a la humanidad de todos los tiempos.
La llamada a la vida religiosa procede de Él, pero la respuesta es fruto de la libertad de la persona, de la experiencia de encuentro, real y místico al mismo tiempo.
En la comunidad religiosa hay un dar y un recibir, pero no siempre estas relaciones son exactamente recíprocas, la relación no siempre es de igualdad entre el dar y el recibir. La diversidad entre los miembros de la comunidad no limita el encuentro, sino que lo fortalece, pues cada uno se siente llamado a curar y sostener al otro; es un desafío que nace del encuentro de cada hermana o hermano en Cristo Jesús. Cada uno da y se da, lo que no quiere decir que recibirá en la misma medida, sino que recibirá de cada uno de los hermanos según su particular medida. La vocación a la vida consagrada se mueve en dos dimensiones la personal y la comunitaria.
– La vida religiosa como carisma, don del Espíritu Santo
- Del amor de Dios, es fuente el don del amor a Dios
Creer que Dios es amor y sentirse amado por Dios es manifestar que desde su origen la persona es un ser en relación con Dios; y, al mismo tiempo, manifestar que Dios es en relación de personas, en la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo y con la humanidad.
Las tres personas de la Trinidad son cada una completas y distintas entre ellas, unidas por amor, porque Dios es amor; las tres están en relación con un único Dios que es origen y principio. Si Dios es el creador del ser humano y el ser humano es imagen de Dios, es un ser en relación.
Dios Trinidad es el Padre que se da en el Hijo, y es el Hijo que permanece y llega a su cumplimiento en el Espíritu que permanece con la humanidad por todos los tiempos; y el vínculo es el amor de Dios. Dios se da a la humanidad dándonos a su Hijo; es en el misterio de la Encarnación donde Dios se da: el misterio del don de Dios que se da a sí mismo haciéndose uno entre sus criaturas. Para ir al encuentro de la humanidad Dios se hace uno de ellos y, haciéndose uno entre ellos, puede ser reconocido; pero hacerse uno entre nosotros conlleva una pérdida, la kénosis. El Espíritu permanece entre nosotros para ponernos en relación con Dios amor. Se habla de una kénosis recíproca (vaciarse y acoger recíprocos): Dios nos da sus dones a través del Espíritu –kénosis: Dios se da en la Trinidad; y la humanidad acoge los dones del Espíritu -de Dios- en su corazón gracias al Espíritu que posibilita esta actitud de escucha, de acogida, de respuesta al don en el darse: Kénosis de la humanidad que se vacía de sí para dejar espacio al amor. No solo es acoger la respuesta sino darse en respuesta al don.
Dios en relación, Dios que no deja a la persona, está presente en la historia del Pueblo de Israel. Dios se da –revela- a su pueblo por medio de las Alianzas, la tierra, la ley escrita en el corazón de cada persona porque es íntimamente que se relaciona con la humanidad. Pero el don de la alianza se mantiene gracias a la fidelidad de Dios que ama incondicionalmente a su pueblo a través de la historia. Y Dios Padre, al final de los tiempos, se revela en el Hijo en la Encarnación. Jesús de Nazaret se hace plenamente humano y se pone al servicio de la humanidad; es así que hace a la humanidad partícipe de la divinidad: pone al hombre en relación con Dios. Dios es amor y se da por amor también en el sacrificio y el abandono de la propia vida. Jesús uno entre nosotros nos lleva al corazón de Dios y desde Dios al corazón de la humanidad. Este amor que se da a la humanidad es el amor de aquel que ha alcanzado comprender y identificarse con los deseos de Dios.
Dios en la Trinidad nos enseña la gratuidad del don, donde las tres personas se dan enteramente a las otras. En la Trinidad el don es pura gratuidad porque su fuente única es el Amor de Dios que se da individualmente a cada una de las tres personas. ¿Es posible a la persona dar desde este Amor sin condiciones?
La experiencia del amor humano reconoce que el amor comporta gozo, felicidad, belleza, plenitud… pero que el amor comporta también sacrificio, renuncia, dolor, pérdida… El teólogo ortodoxo Sergej N. Bulgakov habla del amor como una antinomia, una vivencia contradictoria al mismo tiempo, una experiencia no solo racional sino espiritual. El misterio de la Trinidad nos enseña que el Dios Amor se da en cada una de las personas de la Trinidad, no se cierra. Por tanto, Dios se da a sí mismo con el Hijo; Jesús es el que nos revela el rostro de Dios y nos revela que somos hijos de Dios: nos revela nuestro ser don de amor para los demás, porque solo somos fruto del Amor de Dios, cuando nos damos por amor.
Cuando Jesús se da en la Encarnación se está dando en la Pasión. Se da enteramente, y se nos da para siempre en la Eucaristía. La Eucaristía y la muerte de Jesús son el don-sacrificio del Hijo por amor a la humanidad; la Eucaristía expresa la relación entre Jesús y Dios y nosotros. Es esta una nueva alianza de Dios con la humanidad, una relación de Dios a través de Jesús. Esta relación personal con Jesús es tan estrecha que envuelve toda la persona, el espíritu y el cuerpo. La Eucaristía supone el doble don de acoger el cuerpo de Jesucristo en nosotros y el de ofrecer nuestra vida como Él mismo, cotidianamente, por nuestro prójimo.
Así mismo, en la Eucaristía se muestra que el don no solo satisface la necesidad, sino que además la sobrepasa porque regala el gozo, la paz; no es cuestión de utilidad, es la sobreabundancia en generosidad sin límite. No es solo un gesto, Jesús se da y nos introduce en el misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu. El Padre da al Hijo como sacrificio de amor –no es un abandonar sin sentido-, el Espíritu podría parecer que lo abandona, pero hay una confianza absoluta en el Padre: dar la vida por amor no ahorra el sacrificio, pero el acento no está en este, sino en el amado, no se pide nada a cambio, sencillamente uno se da porque el amor está en su corazón. Y Jesús se da en el Espíritu y permanece en lo cotidiano, en lo pequeño y frágil, porque es a través de ello que nos hace partícipes de la divinidad y capaces de dar el don recibido a nuestro prójimo.
La vida religiosa es una respuesta concreta al don recibido de Dios y ofrecido a los hermanos. No nos situamos en el plano de la abstracción ni de la exégesis, es la vida dada a los demás a ejemplo de Jesús de Nazaret, y desde un carisma –vivencia- del Evangelio: Jesús que sana, que enseña, que perdona, que… Hablo aquí de la mujer –y hombre- que descubre el Don presente en la humanidad, y siente la necesidad gratuita de cuidarlo y valorarlo, allí donde está. Es ver en el prójimo al hermano y hermana, es compartir en su entorno, en su cultura, en… construyendo una hermandad universal, generando signos y gestos de vida eterna por gracia de Dios. Es la vida cotidiana vivida desde la más profunda experiencia religiosa de comunión con Dios a través de los hermanos y hermanas. Dios se da en nuestro don y donarse a la humanidad y la humanidad trasparenta la presencia de Dios mismo. A través nuestro se da el mismo Dios al hermano, y a través del hermano Dios se nos da.
Dios es el origen de nuestro don y, aunque pueda parecer un don recíproco o en ambas direcciones, este no es idéntico. Dios nos comunica la vida entendida como comunión con la entera humanidad y está vida recibida se traduce en gestos que son gracia, don de Dios; es a través de estas acciones y gestos que nosotros evangelizamos, hacemos presente el rostro del Amor, el origen de todo don, para que la humanidad entera conozca a Dios. Somos instrumentos de Dios, y nuestras cualidades personales se transforman en gracia de Dios, toda nuestra humanidad personal queda vivificada por la gracia: participamos de la gracia que Dios nos da. Es el amor personal trascendido por el Amor infundido a todas sus criaturas; nosotras somos los que en el don hemos descubierto al origen y dador del don, y hemos sentido el deseo profundo de estar con Él.
Dios es don y es el Don desde el primer indicio de creación; y su don es continuo… cuando se da en el Hijo y en el Espíritu a la humanidad lleva a cumplimiento su Alianza de amor; esta relación con nosotros refleja la relación de amor en la Trinidad, nueva alianza, fuente que no se agota. Jesucristo nos regala el don de Dios que es Él mismo; desde Él y con Él podemos reconocer a Dios y acogerlo. Jesús encarnado de una mujer y Cristo muerto y resucitado por Dios son el camino exclusivo para llegar al Padre. Su Espíritu habita en el corazón de la humanidad y la conduce al Don cuando esta misma humanidad se hace don-transparencia del Don a sus hermanos y hermanas.