Tiene la misión de suscitar la comunión y la participación en el discernimiento; promover la fidelidad al carisma de cada persona y de la congregación. Requiere ejercer este servicio a los hermanos con sentido evangélico, según el estilo del mismo Jesús, el Mesías para que la vida consagrada siga siendo la memoria evangélica de la Iglesia. Rasgos destacados del líder:
1. Cabeza despejada,
Con ella se simboliza la orientación hacia el futuro a largo plazo. Es capaz de ver más allá de lo inmediato; está habitado por el sueño de mañana distinto y mejor, es decir, tiene grandes sueños por los cuales vale la pena dar hasta la misma vida. Le mueve la visión de colaborar a una nueva civilización, cada vez más conforme con el evangelio, que es la inagotable buena anoticia. Ello implica apertura de la mente, discernimiento, habilidad de trabajar con una programación a largo-placista. No es cuestión solo de adoctrinar; tiene la tarea de acompañar en la formación y transformación de las personas en el ritmo de la vida cotidiana.
2. Ojos grandes y abiertos.
Para ser líder en relación se requiere tener ojos de búho, redondos y penetrantes; está llamado a mirar con atención el fondo de las dificultades y los desafíos. No se trata de hacer de bombero, de resolver las emergencias. En medio de la oscuridad del presente, presta atención a los signos de los tiempos y de los lugares. Se requiere descubrir los caminos de la misión lo suficientemente grande como para que pueda unir a las personas. Con los ojos de búho está llamado a conectar también con el tema del escándalo que expresa la radicalidad de la relación con Jesucristo. Si tu ojo derecho te escandaliza… sácatelo (Mt 5,29-30). El líder en relación necesita fijar la mirada en la radicalidad de Jesús.
3. La boca pequeña y entreabierta,
Para hablar, comunicar y admirar las maravillas de Dios en la historia humana; para sorprenderse y exclamar, para sonreír y mostrar paz a través del semblante y las palabras. Los mensajes que salen de la boca van desde de oración, la exhortación, la llamada de atención sobre a propia identidad. El para qué de la comunidad es criterio de unión y comunión. La finalidad última es siempre la gloria de Dios, pero hay que discernir y dialogar sobre los caminos y gestos concretos a través de los cuales resplandece la gloria de Dios en la sociedad actual.
4. Orejas grandes,
La animación de la vida fraterna en comunidad necesita el ejercicio de la escucha. Requiere un oído fino. Todos tenemos dos orejas y una boca; ello significa que estamos hechos más para oír que para hablar. Bien entendido que escuchar es mucho más que oír. La capacidad de escucha se ejercita con la actitud de empatía. Implica ponerse y caminar en los zapatos del otro. Es mucho más que aconsejar, que orientar, que dar soluciones. Es acoger con el corazón y hacer de espejo para que el comunicante caiga en la cuenta de lo que vive, siente, teme, sueña, recuerda, reprime… Escuchar requiere tiempo. Y ejercicio. Hay que vencer muchas barreras interiores y exteriores.
5. Nariz pronunciada
Es cuestión del olfato. Oler a oveja, nos ha recomendado el Papa Francisco para ser líderes en la relación pastoral. Este sentido integra, en primer lugar, la sensibilidad para los signos de Dios. Los símbolos sacramentales hacen presente lo ausente; hacen visible lo invisible. Recuerdan que Dios es el conocido y desconocido, oculto y revelado, palabra y silencio. No lo podemos poseer. Requiere adoración. Por otro lado, el líder en relación tiene olfato para percibir la historia de la salvación de Dios en cada uno de los hermanos con sus crisis y sus oportunidades.
6. Tronco fuerte,
Los líderes en relación viven una identificación con la mejor historia y con la creatividad del grupo: como los árboles van escribiendo su historia en los anillos que podemos ver cuando hacemos un corte transversal. Como los árboles de anchas ramas, tiene raíces hondas en el propio carisma e historia congregacional. Sabe de las sanas tradiciones que han ido construyendo el patrimonio espiritual de la comunidad.
7. Corazón comprensivo,
Con esta expresión se evoca el sueño y la oración de Salomón. Cuando comienza su misión de gobernar a un gran pueblo y se siente abrumado ante la gran responsabilidad, no se le ocurre pedir vida larga o gran poder o venganza. Pide un corazón inteligente, capaz de comprender y discernir. Yahvé le concede un corazón sabio y comprensivo (Cf. 1Re 3,5. 7-12). Es la actitud necesaria para contribuir al clima de sentimientos positivos dentro de la fraternidad. Cada uno va encontrando su lugar y profundizando en la pasión por la misión. Dar amor es suscitar el potencial de cada persona, sus mejores cualidades y recursos, puestos al servicio de la comunión y de la misión.
8. Largos brazos,
Para abrazar y unir, tanto en el sentido horizontal como en el vertical. El sueño del Jacob indefenso en la nueva tierra es un buen símbolo. Sueña con la escalera que une el cielo y la tierra. Yahvé le reitera la bendición que le convierte en portador de la promesa y de la alianza salvífica. Recibe la protección. Jacob descubre la presencia de Dios a su lado. Se despierta y reconoce la presencia. Cae en la cuenta de que está en un lugar que es la casa de Dios y la puerta de cielo (Gn 28,10-17). Largos brazos para abrazar a los hermanos y afrontar con energía los desafíos de la misión común.
9. Piel dura
A través de la piel percibimos los climas. Tenemos la sensación de frío o de calor, de humedad o sequedad. La piel recubre todo nuestro cuerpo. Nuestra piel tiene memoria y almacena episodios de nuestra historia. A veces, el líder en relación necesitará piel de paquidermo frente a las críticas y adversidades. Las frustraciones comunitarias van a caer sobre él, no como persona sino por la función que desarrolla en el grupo. Las expectativas defraudadas, las incoherencias personales y las irresponsabilidades van a cargar sobre él, aunque no lo sepa. Tiene que aprender que “la vida no es esperar a que pase la tormenta; es aprender a bailar bajo la lluvia”.
10. Manos grandes,
Para indicar la dimensión práctica de este ministerio comunitario. Por su propia índole tendrá que ir por delante de los hermanos es los servicios comunitarios; son manos para servir y no para mostrar la autoridad y para reprochar o amenazar. Lo suyo es sostener la motivación espiritual de la comunidad. Empujar en momentos de decaimiento; caminar delante señalando y llamando a las ovejas según la imagen del buen pastor. Se requiere que sean manos estrenadas en curar heridas personales, heridas relacionales con las diferencias culturales como es la división en naciones y provincias promoviendo la reconciliación y la comunión.
11. Rodillas resistentes,
Para poner en oración o para ponerse ante los tanques en la lucha por la justicia y por la paz; para doblarse en adoración y mantenerse firmes en la adversidad. El ejercicio de la oración personal y litúrgica es primordial en la vida de la fraternidad, que se define como profesión permanente de la fe. La búsqueda apasionada de Dios requiere resistencia ante el misterio en el que Dios se esconde y se revela. La vida de la fraternidad pretende ser confesión permanente y pública de la fe cristina.
12. Pies ligeros,
Es decir pies de misionero. Así era también Aquiles. La misión no se la inventa uno, la recibe, “yo os envío”: “¡Qué hermosos los pies del mensajero que anuncia el Evangelio!” (Rm 10,15). También esta parte del cuerpo se relaciona con la radicalidad de Jesús y sus palabras sobre el escándalo: “Si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo… más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrogado a la gehena” (Mc 9, 45). Pero sin duda la imagen más elocuente que simboliza la actitud del líder en relación de una comunidad es la de “descalzarse”. Ante la teofanía, se pide a Moisés que se descalce porque el lugar que pisa es sagrado. ¡Descálzate! (cf. Ex 2,4-5). Es señal de respeto. Expresa una actitud de fe y admiración ante la misteriosa realidad personal de cada hermano.