La resurrección es más de caminos y de orillas que de templos. La resurrección es más de primer día de la semana en lo cotidiano que de grandes acontecimientos.
El Resucitado se hace el encontradizo con dos creyentes defraudados en un camino cualquiera. No impone, no riñe o echa en cara a la primera de cambio. Escucha sus quejas, sus tristezas y amarguras. Sus ideas de un Mesías triunfante que contrasta con la realidad de sus agujeros en las manos y en el costado y su sonrisa de entender lo vivido de los labios de otros.
Los de Emaús no saben si creer a las mujeres que vieron la Vida que había pasado ya por el sepulcro. Pero Jesús sabe muy bien a quién se apareció primero y por qué lo hizo. Fue el anuncio recién nacido, como el del ángel a su madre. Fue el anuncio mañanero que hizo todas las cosas nuevas y la esperanza otra vez posible.
Con los de Emaús ya es tarde, la mañana queda lejos. Pero sus palabras van encendiendo sus corazones y se van atreviendo a creer, a entender a Dios tal y como es. Y con los ojos del corazón también se le van actualizando los demás sentidos y le piden que se quede con ellos porque la noche iba cayendo. Mientras la oscuridad se acercaba la luz iba naciendo en su interior, estaban amaneciendo.
Cuando el Maestro parte el pan ya creen, como Tomás cuando mete su dedo en las llagas para comulgar. Jesús ya no tiene nada más que hacer allí. Los corazones de los dos de Emaús ya están caldeados, ya lo pueden volver a reconocer en mil gestos diarios de briznas de resurrección… como nosotros, en el camino.