Briznas de resurrección 

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En este segundo domingo de Cuaresma nos encontramos con el evangelio de la transfiguración. Con la anticipación de lo que un día será para todos. Con la blancura que lo envuelve todo y con el diálogo sereno con la Ley y los profetas que se va construyendo con palabras de amor. Con la misericordia hecha palabra (como al comienzo, con el Padre y el Espíritu) y la claridad que lo envuelve todo y regala la paz tan anhelada. 

Anticipo de lo que ya viene siendo. Pero también incomprensión de los discípulos más cercanos que, una vez mas, no entienden nada. Construcción de tres tiendas, de querer encerrar a Dios una vez mas, como en el Templo de Jerusalén, entre velos, telas y paredes. 

Y Jesús que se lo echa en cara y el Padre que insiste una vez mas, sin cansarse, que escuchen a su Hijo y no a sus pretensiones de acaparar («que se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda»). 

Jesús, empapado de vida recién estrenada, de esa que tenía al principio junto al Padre, sabe que este anticipo también es de la carne. Que tiene que bajar de la montaña para encontrarse con los que buscan esa carne restaurada y rehecha. Con los que necesitan creer que lo que son, todo lo que son, ha de ser renovado en plenitud pero sin borrar la fragilidad de las heridas que nos hacen hermanos en la carne. 

Briznas de resurrección en este camino hacia la Pascua, retazos de dolor restañado y de alegría de imposibles que no lo son para este Dios que regala claridad y diálogo amoroso. Briznas de carne transfigurada con heridas hermosas. 

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