Todo se tornó de un blanco inmaculado alrededor de los tres personajes que estaban dialogando: Jesús, Moisés y Elías. Hablando de lo viejo y de lo nuevo, de la historia de Dios en la vida de los seres humanos.
Allí se está bien, en esos momentos de encuentro profundo y pausado. En la apertura de la vida y la sinceridad de una sonrisa (que no debieron faltar entre ellos). Esqueje de resurrección que acompañará a esos otros tres, Pedro, Santiago y Juan, que estaban disfrutando del disfrute de la Palabra hecha carne blanca. Pero ni Pedro ni Santiago ni Juan comprendieron verdaderamente lo que estaba sucediendo ante sus ojos, por ello Pedro pidió quedarse allí en unas tiendas. No entendían que todo aquello era solo anticipo de lo que vendría. Que la resurrección sería la que redondearía todas las palabras y los gestos y las sonrisas. Que había que bajar de la montaña porque en lo cotidiano de un lago la blancura se haría aún mayor.
Y para nosotros lo mismo: que la Palabra nos regale muchos de esos momentos densamente blancos de diálogo sin palabras. Pero que no nos olvidemos que la verdad de lo Resucitado se encuentra en los caminos cotidianos en los que nos encontramos con los que siguen peregrinando como nosotros en busca de la blancura hermosa, entre sombras.