BIODIVERSIDAD

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(Dolores Aleixandre).Con una frecuencia alarmante nos llegan datos sobre las amenazas que se ciernen sobre la biodiversidad y estremece enterarse del número de especies que desaparece cada día y del riesgo que eso supone para el desarrollo de los ecosistemas. Hace tiempo que vengo pensando que una comunidad religiosa es de por sí un espacio privilegiado para experimentar fuertemente esa “diversidad de especies” y daría para mucho dedicar un tiempo a comentarlo, pero en este momento quiero centrarme en una “especie” particular dentro del ecosistema de la vida consagrada: las personas que se salen.

Ya dediqué un artículo hace un par de años al tema (Colgar los hábitos) y no estoy segura de añadir algo nuevo, pero después de escuchar algunos relatos en vivo y en directo de gente que se ha marchado, siento la necesidad de volver a insistir en el tema.

Nos guste o no hablar de ello (en algunos lugares es un tema tabú…), la realidad es que sigue saliendo gente de la vida consagrada de distintas edades, sobre todo entre los 40 y los 50, personas estupendas y con frecuencia bien formadas. Por supuesto que es necesario reflexionar sobre ello y preguntarnos por las causas del abandono pero ¿y si centramos la atención no tanto en los que se van sino en los que nos quedamos? Estos son tres puntos de vista que quiero aportar:

-Si consideramos “nuestros” a los laicos y laicas que se vinculan a nuestra “familia” religiosa y se cobijan a su sombra, atraídos por su carisma y participando de su misma espiritualidad: ¿por qué no podemos ofrecer esa misma “sombra” de vinculación y afecto a quienes han pasado años con nosotros y quizá deseen seguir perteneciendo de otro modo a la “familia” que los acogió? A lo mejor prefieren de momento un corte total, pero ahora estamos hablando de nosotros y de cómo ejercer creativamente la virtud de la hospitalidad que, aunque no es teologal, se le parece mucho. ¿No podemos soñar con una anchura congregacional abierta a nuevos modos de pertenencia y ofreciendo un espacio inclusivo a quienes llevan para siempre en su ADN vital la marca de un determinado carisma?

-Si el tema de las salidas está ahí y no da síntomas de desaparición ¿no tendríamos que tomar acuerdos, consensuados por todos, acerca del modo de abordarlo? No estaría mal tratarlo con libertad y sinceridad en un capítulo o una asamblea, evaluar cómo lo estamos haciendo y diseñar un “manual de buenas prácticas” para vivirlo de una manera fraterna y magnánima. Sin pasar por alto lo económico, claro, pero también lo afectivo y cordial: una llamada discreta, una felicitación, un whatsapp con la simple pregunta de “¿Cómo estás?…”. ¡Hay congregaciones que ya lo hacen de maravilla!

– Si una vocación religiosa es siempre una aventura abierta al viento de lo imprevisto y algunos deciden cambiar de rumbo ¿quiénes somos nosotros para juzgar su opción como “descarrilada”? No perdamos una “especie” que es esencial para nuestra biodiversidad…