Las bienaventuranzas no son un programa moral, ni una cuestión de puños para lograr un estado de perfección (muchas veces se entendieron así). Son, simplemente, la constatación de que hay hombres y mujeres que ya son ciudadanos del Reino y que lo serán en plenitud cuando se manifieste totalmente.
Personas que socialmente no son destacadas, que no hacen ruido, que no están en la cúspide. Incluso, puede ser, que no cuenten demasiado. Son carismáticas, proféticas, suelen estar en un sano desacuerdo institucional (también eclesialmente) porque transitan por otros caminos que no son los evidentes ni los balizados.
Son perseguidos (cómo no lo van a estar!) porque su profetismo es de vida y escándalo para los que vivimos desde otros parámetros que no son los del Reino. Nos muestran sin aspavientos nuestra distancia con el Reino, nuestras luchas de poder miserables y la fagocitación de las apariencias del quedar bien.
Solo se les suele reconocer cuando mueren y hacen que aparezca un vacío, la falta de los que caminaban en la verdad misericordiosa sin esfuerzos, porque les era regalado. Y es entonces cuando nos brota la belleza de la reconocerlos bienaventurados. Que los disfrutemos también en vida, seguro que conoces a alguno o alguna. No los persigamos nosotros…