Y surge un revuelo de opiniones (aquí vale todo) para todos los gustos y tendencias. Yo me imagino a Ratzinger preocupado y, al mismo tiempo, aliviado. No aliviado por dejar una carga o porque ya le pesa demasiado todo. Sino aliviado porque después de una decisión muy dura consigue adentrarse en lo escondido, en ese centro íntimo que sólo puede percibir el corazón y el Padre.
Escondido, pero no disfrazado o huido. Escondido en lo recóndito visible de una vida plena en las limitaciones de la fragilidad, que cada vez van a ser más patentes en él. Ceñido, como ese primer Pedro pescador, y llevado por sí mismo porque todavía puede y así lo ha discernido, antes de que otros lo lleven por dónde no quisiera.
No es solo valentía o coraje, no es desesperación ante lo que no pudo conseguir (¿Quién puede?). Es delicadeza sublime y coherencia con lo que siempre vivió. Es dar el paso imposible de la debilidad escandalosa que no se puede entender desde la inutilidad soberbia de la eficacia.
Hoy da el paso hacia lo escondido, como se nos recordaba en el Evangelio del miércoles de Ceniza. Ese entrar en la habitación y cerrar la puerta, ese perfumarse la cabeza, ese no saber tu mano lo que hace la otra. Todo para estar cara a cara, corazón a corazón, con el Dios que fue y es su vara y su cayado. Ese Dios que habita entre los muros del convento vaticano que va a habitar y que habita también las salas de cuidados intensivos. Ese Dios que ve más allá de las apariencias mentirosas para gozarse en la intimidad extrovertida y sencilla de la donación sin límites.
Benedicto no se esconde, no claudica, no fracasa. Sólo se va a recorrer, junto otros hermanos y hermanas, el camino hermoso de abandonarse en quien se ha fiado. Y así brilla con una luz precisa el camino de todo cristiano: el servicio. Siempre fue servidor, pero ahora lo es hasta el extremo. Ahora ya puede entregar la vida, escondida, por sus amigos. Ahora se hace verdad en él la profecía de Simeón: “Ahora Señor, según tu promesa, puedes dejar irse a tu servidor. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
Que también nuestros ojos lo sepan ver.