BENEDICTO TIENE UN PLAN

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No sé por qué, o quizá sí, lo que más me está impresionando es la medida serenidad de Benedicto XVI en su adiós. Llevo unos días preguntándome qué circulará por el corazón del buen papa del Siglo XXI. Cómo llegó al firme convencimiento de que tenía que dejar paso a otra etapa. He tenido oportunidad de releer su documentación, el rico magisterio que nos ha regalado… y creo haber encontrado la lógica. La que se puede percibir desde esta latitud claro, porque la otra, la de Dios… me temo que esa sólo la conocen nuestro Padre y un discípulo llamado Benedicto XVI.
Lo cierto es que quien es todavía nuestro Papa, ha hablado con frecuencia del primer amor. Un hombre tímido que no distante, volcó su sabiduría en un corazón enamorado. Dirigiéndose a la vida religiosa el pasado 2 de febrero insistía en esa vuelta al amor, al primero, a la fuerza inaudita que una persona tiene cuando deja que Dios sea su guía. Ese amor que dirige, envuelve y gobierna. Ese principio primero que está por encima de conveniencias o cálculos; de intereses o pareceres. El primer amor. Así, decía él a los religiosos, hay que recuperar aquel fuego de los orígenes. No para reeditarlo, sino para vivirlo con el candor y calor que hoy se necesita. Nunca Benedicto propuso algo que no se pidiese para sí. Ahora cuando deja el pontificado, afirma que no deja la Iglesia, sino que se retira a orar. A cuidar el primer amor, el único. ¿Por qué no puede ser una razón más que suficiente que un profeta de este tiempo descubra que su camino, el que le queda, es para estar en diálogo permanente de amor?
En la misma intervención, dijo a los religiosos que debían descubrir la sabiduría de la debilidad. Una etapa de la vida como la ancianidad, es ciertamente un tiempo de debilidades (en plural), pero es una etapa de sabiduría. Hay una lectura sapiencial de la vida que sólo puedes hacer cuando alcanzas una edad, cuando has visto y vivido; cuando has gozado y caído; cuando has regalado y pedido perdón… Esa lectura sabia de la debilidad la expresó para sí: “ya no tengo fuerzas”y así lo comunicó. La sabiduría le llevó a hacer efectiva la renuncia, por eso es también enriquecedora para toda la Iglesia. Porque su renuncia nace del conocimiento, la intuición y el compromiso con su Iglesia con la que se desposó para siempre. Su sabiduría nacida en la debilidad, le ha dado una fuerza impensable para pronunciar una palabra definitiva: es mejor que me vaya, porque la etapa que viene necesita nuevos modos, nueva mirada, nueva fuerza… una nueva persona en la barca de Pedro. Otras razones jaleadas por “iluminados” como abandono de curia, corrupciones y corruptelas… son sólo titulares entretenidos, no siempre bien intencionados, para lecturas distraídas de metro. Es una pena que ante un acontecimiento tan evidente de Dios, algunos se conformen con ser «intérpretes de melodías desafinadas».
Hay un tercer rasgo siempre presente en el magisterio de Benedicto XVI y es el futuro. Se lo dice a los religiosos y lo ha reiterado a toda la Iglesia. Es la raíz de sus intervenciones en las Jornadas mundiales de la Juventud. La Iglesia servidora de la historia de la salvación mira al futuro. No tiene miedo, no puede tenerlo porque su sitio es contemporáneo con todas las etapas de la historia. El anciano Ratzinger mira al futuro con esperanza y consecuencia de ésta es también su decisión. A los religiosos nos pedía en febrero de 2006 ser «centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en la historia». Esa es la apertura al futuro, escuchar, admirar, y ser consecuente con los signos de un Dios que a veces parece dormir, como nos dijo en su despedida de hoy, aunque en realidad está siempre en vela participando y permitiendo algunas decisiones audaces que nos despierten.
Definitivamente. Después de setecientos años, de nuevo, un Papa nos recuerda una enseñanza muy útil y clara: Escuchar la voz de Dios te puede llevar a tomar decisiones graves, decisiones de Reino, en las que lo importante no eres tú sino su proyecto. En el caso de Benedicto lo hizo para “recrear el primer amor”, como consecuencia de una escucha de la sabiduría de Dios en la ancianidad y como servicio al futuro, el lugar donde Dios «escribe su plan» para la Iglesia. Ni más, ni menos.