Bautismo =

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Celebramos el domingo el bautismo del Señor y con ello se cierra el ciclo de Navidad y volvemos al tiempo ordinario. Y lo hacemos de la mano del recuerdo fundamental para nosotros: el bautismo.
Es el sacramento por excelencia del Espíritu, aquel que nos hace hijos en el Hijo. Pero sobretodo el que nos da carta de ciudadanos de una Iglesia que quiere ser comunión.
Es el que nos hace pasar de un esquema piramidal a uno de iguales, de hermanos con distintos servicios.
Y esto tantas veces se nos olvida… Hermanos que caminan juntos y que buscan juntos. Hermanos que siguen las intuiciones de ese soplo común que nos hace distintos e iguales.
Quizás no podemos hablar de democracia (yo no diría que no), pero sí de fraternidad profunda. Y en ella no deberían caber los escándalos de la búsqueda de poder («haz que se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda»). Escandalosa tristeza que tantas veces se nos cuela. Intentando añadir títulos, consagraciones, compromisos, ministerios… como excusas de mando, de destacar y de diferenciar en escalas que nada tienen que ver con el Evangelio.
Ya es hora de volver a la única y común consagración que nos iguala en los niveles de servicio (los únicos) y dejar que sea el Espíritu el que dibuje el rostro de una Iglesia esencialmente de iguales-distintos en el amor.

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