También en la vida consagrada hemos pasado frecuentemente de los más maravillosos “ideales” a las más obtusas “ideologías”. ¿Qué familia religiosa no ha conocido algún tipo de conflicto a causa de este proceso? Una determinada línea formativa que se volvió absoluta y excluyente; una manera de entender la vida comunitaria que derivó en elitismo o en “laissez-faire”; un servicio a través de instituciones educativas, hospitalarias o de caridad que se proclama como la única manera de llevar a cabo la misión del Instituto; una iniciativa en los márgenes que acabó marginando y auto marginándose…
El paso del “ideal” a la “ideología” es muy sutil. Empieza con la disminución de interés por las ideas diversas de las nuestras y rodeándose, por tanto, de quienes piensan igual que nosotros. El segundo paso es la emergencia del sentido de persecución. Se crean así dos grupos: el de los amigos con los que compartimos la misma visión, y el de todas las otras personas, que no nos comprenden y que son percibidas como hostiles. Poco a poco, las posiciones se van consolidando: a fuerza de repetir la propia visión del mundo, se acaba por no ver más la totalidad de la realidad.
En este contexto, me ha resultado muy inspirador encontrarme con el concepto “auto subversión”, introducido en las ciencias sociales por el gran pensador Albert O. Hirschman. Partiendo de su propia experiencia de vida, Hirschman defiende que descubrir que uno se equivocó puede ser no solo una fuente de aprendizaje, sino también de placer y alegría. Se trata de la virtud, muy poco frecuente, de poner en discusión las propias certezas, de no buscar en lo que nos acontece los elementos que confirman nuestras ideas, sino las que las niegan o las desafían: algo así como un principio de auto corrección.
Quizás mientras leías este artículo, querido lector o lectora, han venido a tu mente personas o grupos a los que calificarías de “ideologizados”; eso sí, sin incluirte a ti entre ellos… Si así fuera, ¡me temo que necesitas una fuerte dosis de “auto subversión”!