La vida va creando en torno a nosotros ese espacio decisivo que Jesús llamó hora y Juan de la Cruz llamó noche.
La noche parece solo eso: oscuridad, y si, moviéndote en ella, te dejases llevar por las apariencias, jurarías que en torno a ti hay solo sombras.
Pero no es así: esa hora, esa noche, que parece llevar dentro la sola oscuridad del pecado, de la arrogancia, de la violencia, de la humillación, de la soledad, del abandono, de la befa, de la mofa, de la muerte, es un tiempo privilegiado de encuentro, de abrazo, de donación, de libertad, de amor, de triunfo de la vida.
Si soñamos el encuentro de amor con Cristo, entonces la noche será nuestra amiga, la cruz es nuestra esperanza, y ya no habrá luz más deseable que la memoria de este dulce encuentro.
No es hora de abandonar: es hora de amar.