Atracción fatal… se vende

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Encontrar un tesoro o una perla única debe ser todo un acontecimiento en la vida. Como que nos toque el “bote” de la lotería. Sin embargo, la comparación que hoy nos ofrece el Señor nos lleva a preguntarnos ¿qué es lo más importante de la vida frente a lo cual todo pierde valor?

El reino de Dios se va descubriendo a la gente poco a poco. Después de saber que comienza con la escucha de la Palabra, que va germinando poco a poco y sin ruido, hoy nos muestra lo que produce en quien lo descubre: una atracción fatal.

¡Sí, sí! Una atracción tal que hace que todo lo demás pierda su valor. De tal manera que lleva a quien la siente a venderlo todo y a centrarse en la tarea del Reino.

El ejemplo hoy lo tenemos en Salomón. Una vez que reconoce cómo Dios le elige -no siendo el hijo primogénito- le pide un corazón sensato. Y no más. Saberse amado por Dios le basta. Ese es su tesoro; y lo que le lleva a pedirle “un corazón dócil” para gobernar al pueblo. Dios se lo concede porque “no ha pedido vida larga ni riquezas”. ¡Qué sabiduría! Es verdad, porque la vida no es nuestra sino un don de Dios del que no podemos disponer y, las riquezas, cosas pasajeras que no aseguran ni un minuto de vida.

No estamos aquí para perpetuarnos, sino para descubrir a Cristo como el tesoro del reino de Dios. Quien lo encuentra es capaz de dejarlo todo, casa, padres, trabajos, tierras, por seguirle. Cuando se adueña de nuestro corazón, todo lo demás queda en un segundo término y nos ofrece una libertad y una alegría grandes por haber descubierto lo esencial.

El evangelio de hoy añade más comparaciones. Dice que el reino se parece también a una red repleta de peces que serán separados, por los ángeles, al final de los tiempos. Por un lado estarán los que vivieron libres y con la alegría de haber encontrado el tesoro y por otro, se desecharán los que se enredaron en las cuatro cosas de este mundo.

Y todo eso se nos dice ya en nuestro presente. ¡Bueno se nos ha dicho desde antiguo! Es bueno recordarlo cada vez que sentimos la tentación de hipotecarnos en lo de aquí. Por eso, aunque no seamos de esos letrados lúcidos de los que habla Jesús, hemos de preguntarnos: ¿No nos falta la alegría que corresponde al que ha encontrado a Cristo? ¿Se nos nota  que hemos encontrado un tesoro o al amor de nuestra vida?

Dios te llama, Jesús es el tesoro y tú -y yo- sin darte cuenta; o sí. ¡Vende todo! ¡Deshazte de lo que has puesto al mismo nivel de Dios! Quizá tu tiempo, tus cargos, tus responsabilidades, tus posesiones, tus exceptivas, tu afán de ser tú y llevar la razón…. ¡Véndelo y así serás libre! Un consejo antiguo, pero que puede hacerte una persona nueva, atraída “fatalmente”, ja, ja.