Ascensión 

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Hoy Jesús se vuelve a su casa, a su Padre. Pero se vuelve con todo el bagaje que le regaló la encarnación. Con todos los momentos hermosos y con esos otros que fueron de tristeza y de dolor. Como cualquiera de nosotros, pero él viviéndolo todo desde la profundidad del amor. Desde esa profundidad serena que cambia el rostro de las cosas aunque las cosas no cambien. Y, sobre todo, cambia a las personas porque las lleva a lo más auténtico de sí mismas, a ese amor que nos habita aunque nosotros no nos lo creamos. 

Jesús vuelve a su Padre con el corazón repleto de Dios y de humanidad. Y Dios, ya para siempre, es humanamente divino, inseparable de nuestros caminos y animándonos a recorrerlos en la plenitud del amor. Por ello nunca nos abandona, no somos huérfanos. Por ello, siempre nos damos cita en Betania: la casa de Lázaro, Marta y María y también la casa de la mujer que ungió con el perfume a Jesús con ese gesto infinito de ternura. Betania la casa de la vida atareada y contemplada. La casa de ese gesto de amor anticipo de resurrección. 

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