AQUILINO, CARDENAL AL SERVICIO DE LA VIDA CONSAGRADA

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Parece que las etimologías ayudan muy bien a darle el significado que, al menos en este caso, tiene. En latín bisagra o punto de apoyo, los cardenales son aquellos en los cuales el Papa apoya sus decisiones para guiar la Iglesia al servicio de la humanidad.

Muy pronto hará 10 años en los que he sentido la presencia y colaboración incondicional en la tarea diaria de hacer Vida Religiosa de Aquilino Bocos. No me cuesta, por tanto, expresar por qué estoy agradecido y, particularmente, emocionado porque públicamente y para todo el «santo pueblo fiel» como le gusta a Francisco expresar, hoy Aquilino Bocos, sea el Cardenal Bocos.

Puedo decir, por ejemplo, cómo Aquilino nunca ha perdido la confianza en el Espíritu. En momentos felices y también en los delicados. Sobre todo, en estos últimos ha mostrado una mansedumbre y equilibrio nada frecuentes. Cómo ha sabido vivir en unidad de fe sin concesión a vaivenes intelectuales o circunstanciales. Su sentido de Iglesia comprendiendo y asumiendo la pluralidad como ámbito de crecimiento y fructificación de esos dones misteriosos que sostienen el caminar de la humanidad hacia Dios. Podría contar infinidad de detalles que forman parte de la historia íntima de un hombre de fe que sabe pasar de la anécdota, para quedarse en la categoría, por eso sabe relatar –y lo hace con detalle– tantos gestos y gestas positivas de las personas con las que ha compartido vida y espacio.

Aquilino ha sido reconocido por el Papa como Cardenal y es una gracia para su persona y para toda la vida religiosa. Durante su largo ministerio nunca ha dejado de tener presente esa lectura brillante del trayecto de la vida consagrada hasta nuestros días. Por eso ni se asusta de los decrecimientos ni se arredra con las debilidades, sabe que la tarea de la vida consagrada es una carrera de fondo que se está corriendo bien y que necesita en algunos momentos y situaciones de la historia, el error para evolucionar y mirar, como le gusta decir, hacia la aurora.

Es un pedagogo de la vida. Muchas veces le he comentado con humor… «seguro que esto ya lo has vivido» y creo que no me equivoco. Sin embargo, consigue dar a todo un aire de novedad especial. No sueña con tiempos pasados porque ya pasaron y lo que le queda por venir es apasionante. Activo, laborioso, trabajador y feliz. Disfruta cada palabra de evangelio de la que extrae sus «razones poco razonables» para ver la mano de Dios en todas las cosas y todas las personas. Es de esas personas objetivamente bisagra, sobre él y en él se pueden apoyar visiones muy diferentes y encontrar una convergencia comunitaria, fraterna y enriquecedora. Así ha sido en su trayecto como servidor en el gobierno con nosotros, sus hermanos; así está siendo en su vida jubilosa y feliz, de jubilado, al servicio de la vida consagrada. Misión de la que, por supuesto, nunca se ha jubilado, ni se jubilará.

En la revista vida religiosa estamos viviendo con gozo contenido estas horas. Nos queda mucho por relatar y contar. Recrear alguna de sus reflexiones sobre los consagrados de este tiempo y su porvenir. Hoy, de momento, damos gracias y sacamos a la luz una palabra muy suya que, aunque él no se la dirá con su nombramiento, para mí y para todos los que hacemos la revista es una gran verdad… «Dios pone a cada uno en su sitio».