jueves, 25 abril, 2024

Aprendices de Jesús

El nuestro es un mundo al borde del abismo. El destino de la humanidad está en manos del primer iluminado que decida pulsar un botón. Otro, otros, y no es Dios, se han hecho con el poder sobre nuestras vidas.

Y hoy, en ese mundo, nosotros, discípulos de Cristo Jesús, nos reunimos en torno a nuestro Maestro y Señor, escuchamos su palabra, anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y esperamos su venida.

Es verdad que peregrinamos entre los condenados a no ser, y que el nuestro es un mundo de esclavos, más incluso de cuanto lo haya sido el de los israelitas en Egipto. Pero hoy, con más fuerza también que en aquel tiempo, resuena en nuestra comunidad de fe la palabra de la revelación: “«Yo-soy» me envía a vosotros”. Resuena con más fuerza, porque ya no es Moisés quien la hace sino Jesús de Nazaret.

«Yo-soy», el Dios que ha visto tu aflicción, “me envía a vosotros”. Has entendido bien: en Cristo Jesús, Dios se compromete contigo; en Cristo Jesús, tu Dios se enfrentará por ti a tus opresores; el enviado de Dios, Cristo Jesús, es para ti una promesa de libertad.

Pero ninguna promesa se cumplirá sin ti.

He dicho “sin ti”. Tendría que decir: “sin tu fe”; nada se hará realidad “sin que te conviertas al Señor tu Dios”.

Jesús lo dijo así: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”.

Se me pide que reoriente la vida desde la fe en el Dios de Jesús. Has leído bien: “desde la fe en el Dios de Jesús”.

Los altares de la humanidad están poblados de dioses que justifican y bendicen a quien aprieta el botón de matar. Sus nombres son siempre seductores: poder, arrogancia, dinero, democracia, legalidad, bienestar, justicia, religión.

En esos altares puedes decir: “creo”, al mismo tiempo que matas; puedes sumergirte en un bautismo purificador y hacer sobre tu cuerpo la señal de la cruz, al mismo tiempo que arrancas la vida a miles de inocentes; puedes, sin pestañear, unir mafioso y cristiano; puedes, sin escrúpulo, casar  opresor y bienhechor.

No, no basta con creer y convertirse. Es necesario discernir en quién creemos, con quién vamos, a quién nos convertimos.

Y sólo encontraremos libertad y vida se creemos en el Dios de Jesús de Nazaret, si caminamos con el Dios de Jesús de Nazaret, si nos convertimos al Dios de Jesús de Nazaret: Dios pobre, Dios último, Dios siervo de todos, Dios crucificado, Dios resurrección y vida.

Severa, dura, puede que sorprendente, pero necesaria en todo tiempo para los discípulos de Jesús, es la amonestación del Apóstol: “Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquéllos… Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”.

A nosotros se nos pide “que tengamos los sentimientos de Cristo Jesús”, que aprendamos a Cristo Jesús, que comulguemos con Cristo Jesús, que seamos en el mundo una presencia viva de Cristo Jesús.

En el día de la verdad, no nos bastará la ortodoxia, se nos preguntará por el amor: “No codiciemos el mal… el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”.

Aquel día, el Rey no preguntará por genuflexiones ni por reverencias ni por ritos ni por devociones: nos preguntará qué hicimos con “nuestro hermano”; nos preguntará por los pobres, los emigrantes, los refugiados, los hambrientos.

Aquel día, el Rey nos preguntará qué hemos hecho con él.

Feliz encuentro con Cristo en la eucaristía y en los hermanos.

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