“Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor”: Decimos: “guarda mi alma”, y supongo que queremos decir algo así como “guarda mi vida”, o simplemente “guárdame” en la paz. Decimos: “en la paz”, y supongo que queremos decir lejos de la crueldad, lejos de la violencia, lejos de la opresión, lejos de la esclavitud, lejos del hambre… Pero mientras yo imagino una paz “lejos de” toda forma de mal, la oración me la muestra cumplida “junto a ti, Señor”, cerca de ti, a tu lado, contigo. Y el corazón intuye que la paz está siempre y sólo “junto a ti, Señor”.
“Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor”: Ahora no soy yo quien lo dice, ni es tampoco la comunidad eucarística a la que pertenezco; ahora lo grita quien padece el terror de la guerra en Ucrania y en Palestina, en Sudán y en el África subsahariana; ahora lo gritan quienes padecen el terror de una violencia sin rostro en el infierno del desierto, en pueblos de moradores sin alma, en cayucos y pateras; ahora lo gritan hombres, mujeres y niños a quienes la hipocresía llama “rescatados” cuando son interceptados, apresados y devueltos al infierno del que intentaban salir.
“Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor”: Tal vez la respuesta del Señor nuestro Dios al grito de los pobres ya sólo se pueda dar desde el corazón de los fieles, desde la vida de los creyentes, desde la obediencia de los hijos a la palabra del Padre.
El grito de los pobres se vuelve pregunta que Dios me hace a mí: “¿Por qué el hombre despoja a su prójimo, profanando la alianza de nuestros padres?” ¿Por qué los pobres son sacrificados a la crueldad del poder, a los intereses del dinero, al mito del bienestar, a la seducción de la seguridad?
Entonces la palabra de Jesús en el evangelio me devuelve a lo esencial de la fe: “Uno solo es vuestro Padre, el del cielo, y uno solo es vuestro Consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor”.
Ése es el mundo de Jesús, ése es el mundo que Dios ha puesto en nuestras manos: la familia de Dios, un mundo de hermanos… una responsabilidad nuestra.
Matar es siempre un fratricidio
El fratricida no es Dios sino Caín. El fratricida soy yo.
En Ucrania y en Palestina, en Sudán y en el África subsahariana, en el infierno del desierto, en cayucos y pateras, fratricida es “el corazón ambicioso”, fratricida es “la pretensión de grandezas que superan nuestra capacidad”, fratricida es “el deseo inmoderado”, al fratricidio te llevan “los ojos altaneros”…
Enséñame, Padre, a acallar mis deseos, “como un niño en brazos de su madre”, como un hijo en tus brazos. Enséñame a vivir en comunión con Cristo Jesús, a sentir con Cristo Jesús, a ser el servidor de todos al modo de Cristo Jesús.
Guárdame en la paz, guárdame junto a ti, guárdame en Cristo Jesús.
Guárdame y, en Cristo, aprenderé a ser hermano de todos.