APRENDE A SOÑAR…

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Se ha escrito mucho sobre la interpretación de los sueños, qué sentido tienen, qué representan o qué nos evocan. Parece opinión mayoritaria que los sueños simbolizan el inconsciente que todavía no nos atrevemos a decir, aquellas palabras y deseos que aún se ocultan a nuestro consciente por diferentes motivos.

El evangelio del III Domingo de Cuaresma concluía diciendo “pues Él conocía lo que hay en el hombre” (Jn 2, 25) y al acabar de leer pensé: “pues el hombre nunca acaba de conocerse, el conocimiento que tiene de sí es limitado”. Pero, si Jesús conoce todo lo que hay en mí, también conoce mis sueños y deseos, mis anhelos y mis miedos, mis filias y mis fobias. Después de pensar y orar con este pasaje evangélico, me quedé muy tranquilo, en paz. Experimenté alegría, consuelo, serenidad, compañía… Y entendí que Jesús no sólo conocía sino que también estaba en mis sueños, o mejor dicho soñando conmigo, en aquellos que todavía no me digo pero presiento y en aquellos que ni tan siquiera presiento.

Jesús está en cada uno de nosotros, somos parte de su casa. De ahí la necesidad de compartir sueños, o mejor dicho, de descubrir el sueño de Jesús para con nosotros… y esto, según parece, no hay otra forma de hacerlo que configurándonos también “de otra manera” con nuestros hermanos, con los que vivimos y también con los preferidos de Jesús… Todavía, o más qué nunca, necesitamos aprender a soñar.