Ante todo, humanidad. Apuntes para envejecer en comunidad

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(Sor Gemma Morató Sendra, OP.), 05/05/2022.- Recién cumplidos los 50 años y en un 2022 que celebraré 25 años de profesión, es tiempo de hacer memoria agradecida. Pienso mucho en una maestra de novicias que tuve en nuestra casa madre en Francia, había sido durante 15 años superiora general, había visto de todo en todas partes, en un momento de fuerte expansión de la Congregación, hoy estamos en 37 países.

Esta maestra se esmeraba en inculcarme algo en lo que ahora pienso mucho y predico más. Ante todo, humanidad. ¿Qué fe haremos crecer, qué cristianos seremos, si no hay humanidad, si los destellos de cercanía se pierden, si los detalles que engrandecen la vida se esfuman, si parece que todo esté hecho o establecido, si no escuchamos y no atendemos?

Es tiempo sinodal, tiempo de escucha activa.

Realmente, las congregaciones debemos cuidar mucho la vida personal y comunitaria, que los problemas acuciantes no nos hagan perder el mundo de vista. Nos creemos que todo está determinado, que una vez se ha dicho una cosa no se puede rectificar, pero resulta que estamos en épocas del “last minute” y, por tanto, aunque se necesitan largas reflexiones también mucha agilidad y humildad para cambiar, aunque sea en este último momento. Es tiempo sinodal, tiempo de escucha activa.

Ya no es como antaño que se daban cambios sin contar demasiado con las personas. Hay que saber escuchar, y, sobre todo, a las personas mayores, esas que llevan tantos años en una casa, que se formaron con el “sí madre o padre” y de pronto cuando ya no tienen fuerzas, pero si cabeza, se les da un cambio, que a menudo -por circunstancias de cualquiera de las partes- se hace tarde y quizás hasta mal, para ir a una casa adecuada, pero sin tener en cuenta que ya pasó el tiempo propicio, y es en cierta manera matar en vida. O se hacen los cambios a tiempo, con acompañamiento y mucha escucha o no se hacen. Pues estaremos arrancando un espíritu de un lugar que quiere, conoce y domina, a un lugar que no le es cercano y no tiene ya capacidad para asumirlo. Decía un cardenal en la homilía del domingo pasado, tercero de Pascua, que la gente mayor a veces no puede hacer según qué, no porque no les dé la gana, sino realmente por una incapacidad personal que lo impide y realmente no pueden y no hay más explicación.

Son necesarias casas adecuadas para quién es muy dependiente o ya no tiene mucha capacidad de discernimiento, pero la gente ha envejecido tanto en una casa concreta que un cambio sin un buen procedimiento es causar mucho daño moral en la persona. Es hora de pensar en cómo envejecer en las comunidades, sin tener necesariamente en el horizonte de la vida una última casa “especial”. Y eso se debe hacer a tiempo, preservando siempre, por encima de todo, la dignidad de las personas.

Hay varios caminos ante el envejecimiento, pero el de toda la vida cada vez tendrá menos recorrido, ese de ir a la casa de hermanos o hermanas mayores. Ya no todos están dispuestos ni todo el mundo es capaz de asumir ese cambio pues arranca de cuajo las pocas energías que se tienen. Dando unos retiros a casas de hermanas mayores, el primer año, aprendí algo que me impactó e hizo cambiar de por vida mi manera de predicar. Cuando me afanaba en contagiar ganas de darse al otro, al cercano, a la que tenían al lado, muy rápidamente me di cuenta de que muchas hermanas apenas tenían energías para sobrellevar su vida, su vejez o su enfermedad, y me tocaba cambiar algunos parámetros. Bien es cierto que hay quien llega a la vejez con aquello de “genio y figura hasta la sepultura”, pero otros quienes -misterios de la vida- no son capaces o simplemente no pueden, mente o cuerpo les fallan, e incluso ese ímpetu de carácter se pierde, las fuerzas disminuyen y se encierran en sí mismos, quizás simplemente para sobrevivir.

Hay muchos caminos para ir pensando. Planteo sólo algunos apuntes para reflexionar cómo envejecer en comunidad:

  • Ante comunidades mayores pero que aún pueden valerse y se les pueden proporcionar las adecuaciones necesarias, hay que ayudarlas in situ. No nos dé pereza invertir en hacer más fácil la vida, o simplemente en tener alguien que ayude en determinadas tareas y saber aprovechar, gestionar, las posibilidades de ayuda de la seguridad social. Hay que hacerlo rápido, bien y con alegría.
  • Ante personas muy dependientes, ofrecerles o llevarlas a esa casa de toda la vida con los recursos terapéuticos necesarios, pero hay que trabajar el camino, no de pronto tener que trasladar a la gente, a no ser por un accidente inesperado de índole diversa. Esas casas no deben ser solo enfermería, algunas con excelentes cuidados, sino que deben cuidar la cercanía, la espiritualidad, el entretenimiento y vigilar la soledad. Y, sobre todo, cuidar y mucho, los detalles. Como dicen los camilos, humanizar la salud.

Y aún otra cuestión, cuantas veces nuestras hermanas o hermanos acaban siendo trasladados a un hospital o a un sociosanitario, pero lo que ellos querían era morir en casa. Es importante tener el testamento vital o de últimas voluntades bien confeccionado, sea el de la Conferencia Episcopal Española, sea el que se nos ofrece en el centro de salud según cada comunidad autónoma o en cada país añadiendo las cuestiones religiosas o espirituales que nos convengan y dejando bien claro quién puede responder por nosotros en caso de incapacidad, que eso del superior o del hermano o hermana de comunidad en muchos lugares ya no se entiende, ya no cuela, y puede complicar mucho algunas cuestiones o incluso la relación con la familia.

  • Y si es el caso, ante un envejecimiento tan grande, estudiar la posibilidad de comunidades/residencias intercongregacionales o con una parte para la comunidad, con un sostén médico-terapéutico, pero también humano y espiritual, pues a veces curamos muy bien las heridas físicas, pero la parte humana, emocional se olvida, se pierde… Y, sobre todo, si siempre hemos vivido en comunidad, no olvidarlo, pues pudiera parecer que algunos o algunas al final de la vida desean o proponen independizarse.

Pero, ante todo, humanidad y mucho amor. Ese amor que abraza, acaricia, cuida, acompaña, entiende y que cura tantas cosas.

Pero, ante todo, humanidad y mucho amor. Ese amor que abraza, acaricia, cuida, acompaña, entiende y que cura tantas cosas. Y eso a veces falta y queremos ser tan prácticos, que ante tal dificultad ya no se puede estar en esa comunidad y en lugar de buscar cómo ayudar, apostamos por el cambio y todo solucionado, pero la persona puede que se muera de pena, de angustia…

Que el final de la vida en nuestras comunidades siga siendo vida consagrada plena.