La convocatoria del Año Sacerdotal vino acompañada por momentos de dureza, tensión y pecado. Cascadas de noticias – no siempre bien intencionadas – dieron a la celebración del ministerio un tinte de dolor. La Iglesia necesitaba esta conclusión feliz, el Papa lo necesitaba y cada sacerdote que pretende ser fiel en su día a día, también.
Tres jornadas en Roma con esquemas de ayer hoy y siempre. Meditaciones medidas sobre el Ministerio: identidad, referencia, responsabilidad y testimonio. Tiempos prolongados de silencio y contemplación. El Sacramento de la Reconciliación regalado y compartido… Y un Papa que, más que nunca, fue padre, maestro y guía. Un Papa anciano y fuerte; sabio y sereno; un testigo claro.
Roma se queda más humana. Muchos jóvenes que tienen sobre sus espaldas el peso de ser testigos de un Sacerdocio al estilo de Cristo han estado, han compartido y se han alimentado. Vuelven a sus parroquias con el sereno secreto de saber que no están solos (que es el mayor peligro del ministerio) y la decidida convicción de ser, sólo, débiles hombres de Dios.
Muchos consagrados. Muchísimos. No era convocatoria en la que hubiese que hacer distinción: ¿tú de quien eres?… Porque todos compartimos pertenencia y referencia. Pero una vez más, explícita y rotunda, la VIDA CONSAGRADA hizo camino en su casa: la Iglesia. La consagración ofrece al ministerio sacerdotal aquella cercanía que no es para enriquecimiento propio, sino de todo sacerdote al estilo de Jesús.
10.000 curas de todo el mundo, 15000 en algunos momentos de la Clausura pudieron estar gracias a otros y otras que quedaron cuidando la comunidad cristiana: la llama de la fe. Consistió, por tanto, en una profunda experiencia de comunión. La Iglesia en red, la comunión llevada a su expresión más universal y generosa. Cientos de miles, en misión compartida, hicieron posible un encuentro de esta magnitud… Justamente porque se quedaron en sus sitios haciéndose eco de una Iglesia que se expresaba notoriamente, para dar a conocer un Ministerio de Servicio y Profecía a nuestro mundo.
Vivimos tiempos de signo e impacto. Una imagen vale más que mil palabras. A veces, sólo una imagen nos cambia la vida… Una plaza de san Pedro rebosando de sacerdotes que gritan:¡ Benedetto!… Y un Papa tímido, intelectual, claro y … dolorido que se emociona… Lo necesitaba. Todos lo necesitábamos.